Esta es una pregunta que no dejaron de hacerse Nietzsche, Adorno, Steiner y tantos otros.
He puesto el último cuadro de la pintora madrileña Johana Roldán
-la autora de la portada de mis "Cuentos de los otros"-, una artista de
una técnica muy depurada y un cerebro que es de los más privilegiados
que he conocido. Su portada transmite humanismo al libro, siguiendo la
idea que pedía Horacio en su "Poética" ("Epístola a los Pisones"), al
mezclarse los conceptos esenciales: ingenium/ars, delectare/docere y verba/res.
El "realismo emotivo" que define la obra de Johana, últimamente, cobra
un valor singular en este cuadro sobre su hermano. Observo el mágico
triángulo renacentista y barroco entre los ojos de las dos figuras, lo
que otorga calma y armonía al conjunto (ingredientes que conocen bien
los buenos fotógrafos actuales).
Además admiro el equilibrio de la obra que también se logra con la geometría de los cuerpos -donde los hombros y las manos forman el círculo fundacional de la eternidad, el punto extendido, la rueda de la vida del Budismo-, y su estudiado sentido cromático. Los colores hablan por sí solos, sobre todo por su disposición.
El arte contribuye a hacernos seres humanos y los artistas inteligentes a hacernos más felices, no cabe duda.
Además admiro el equilibrio de la obra que también se logra con la geometría de los cuerpos -donde los hombros y las manos forman el círculo fundacional de la eternidad, el punto extendido, la rueda de la vida del Budismo-, y su estudiado sentido cromático. Los colores hablan por sí solos, sobre todo por su disposición.
El arte contribuye a hacernos seres humanos y los artistas inteligentes a hacernos más felices, no cabe duda.
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