lunes, 16 de octubre de 2017

"Las 4 últimas canciones de Richard Strauss o el capítulo final de la literatura lírica posromántica".

"Leerte a ti, Justo, es lo mismo que escuchar a Richard Strauss. Poco a poco participamos de lo bello y tomamos parte de ese clima que solo vosotros podéis crear".

Estas palabras que escribió ayer en mi muro de Facebook el pintor leonés Javier Rueda fueron la excusa perfecta para volver a escuchar una de mis obras preferidas. De Strauss me gusta todo, desde sus poemas sinfónicos -que tanto han influido en la música del cine- hasta sus óperas, pero reconozco que su canto del cisne, que escribió en 1948 con 84 años, poco antes de morir, me parece un monumento a la belleza, la sensibilidad y el buen gusto. Por otro lado, Javier Rueda es un tipo majísimo al que conocí en Alicante. Además estuve en una de sus exposiciones de esa ciudad hace dos o tres años. Si eso fuera poco es el tío de la encantadora escritora y amiga Marta Muñiz Rueda.

Para escribir las canciones, Strauss eligió tres poemas de Hermann Hesse y uno de Joseph von Eichendorff. Y mi disco favorito es el de Elisabeth Schwarzkopf.

Pocas veces he escuchado una voz tan maravillosa como la de la soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf, 1915-2006 (en las fotos se observa su belleza y su clase, tanto de joven como de mayor). La obra es insuperable, pero cuando llega a la tercera canción -a partir del minuto 9- se me corta el aliento; no hay una sola vez en que no suceda.


"Primavera".
En la gruta crepuscular
soñé largamente
tus árboles tus aires embriagadores
tus olores y el cantar de tus pájaros.
Ahora yaces descubierto
con tus ornamentos resplandecientes
pleno de luz
como un milagro ante mí.
Me reconoces de nuevo
me atraes dulcemente,
mis miembros tiemblan
tu bienaventurada presencia.

"Septiembre".
En el jardín enlutado
cae gélida la lluvia sobre las flores.
El verano se estremece
mansamente esperando su final.
Goteo dorado de hoja
en hoja de la gran acacia.
El verano sonríe asombrado y abatido
en el jardín agonizante.
Moroso junto a las rosas
se entretiene, buscando la calma.
Lentamente, cierra
sus cansados ojos.

"Al irme a dormir".
Cansado del día
debe recibir mi añoranza ansiosa
amigablemente la noche
como al niño fatigado.
Manos, dejad los quehaceres,
Cabeza, olvida todo pensamiento,
todos mis sentidos
desean hundirse en el sueño.
Y el alma sin vigilancia,
desea colgándose de libres alas,
vivir profunda e intensamente
en el circulo mágico de la noche.

"En el crepúsculo".
Hemos atravesado necesidad y felicidad
cogidos de la mano;
descansamos del camino
en el campo silencioso.
Alrededor, se inclinan ya los valles
oscureciendo el día
mientras dos alondras se alzan
ensoñadoramente en el éter.
Ven y déjalas correr
pronto es hora de dormir
y así no nos perderemos
en esa soledad.
Lejana, calmada paz
tan profunda en el crepúsculo.
Cuan cansados estamos del camino,
¿es esto quizás la muerte?"




No hay comentarios:

Publicar un comentario