Mañana empieza el otoño y para celebrarlo ayer me fui a dar una vuelta por uno de los lugares que más me gustan de España, la ciudad de Cuenca. Allí también he vivido bellos momentos de amor y arte, paseando, durmiendo y desayunando sobre el abismo de los ríos que la rodean en la Posada de San José, construida el año 1621 por el pintor Juan Bautista Martínez del Mazo, discípulo de Velázquez, que se casaría con su hija Francisca. Y dejándome apoderar por el color, la geometría y la atmósfera de los cuadros del pintor español Fernando Zóbel (Manila, 1924-Roma, 1984), que fue el creador del Museo de Arte Abstracto (en la actualidad pertenece a la Fundación March, dirigida por el filósofo Javier Gomá, al que he invitado más de una vez a la tertulia para hablarnos de sus libros). En los cuadros de Zóbel se funden su profunda formación cosmopolita -se licenció en la Universidad de Harvard y trabajó en ella como librero- con la sensualidad, la fragancia y la delicada atmósfera orientales. Al lado de otros estupendos artistas como Juan Gris, Estaban Vicente, Gerardo Rueda o Gustavo Torner, Zóbel demostró que en España lo moderno no tiene que pasar siempre por el patrón de la "veta brava".
Una de las primeras veces que estuve en Cuenca compré varias copias de los pintores del Museo, como el "Hocinos - Otoño VI", de Zóbel (en la foto). A veces me lo quedo mirando y sé que estoy en mi época, la que me gusta y me ha tocado vivir. En ese tiempo estaba de moda un cantante de Cuenca que aseguraba que en su ciudad el otoño es muy amarillo, y más o menos así:
https://www.youtube.com/watch?v=ynIi5bIoicg
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