El caso es que mientras me tomo el primer café de esta mañana de otoño tan hermosa recuerdo que una vez me contaron una historia de amor entre un muchacho cubano, pobre y guapo, y una muchacha de la alta sociedad de La Habana. Los padres de ella se opusieron a aquella relación desde el principio. Un día él se presentó en el jardín de la casa de ella a lomos de un caballo blanco con la intención de que escaparan juntos. Ella lo vio desde la ventana del primer piso y bajó corriendo las escaleras. Al llegar se encontró al joven muerto de un balazo en el corazón.
Del interior de la casa salía una canción.
Hablaba de otra historia de amor que ocurría a lo largo de una carretera de Cuba. Tras escucharla comprendí que era yo quien conducía ese coche por la Gran Vía y el Paseo de la Castellana de Madrid, algo que hice ayer por la tarde. Y que era yo quien había disparado la pistola.
El cuento de Chéjov estaba rasgado por la quemadura y el jardín se había quedado sin cerezas:
https://www.youtube.com/watch?v=9VzhM6kLNQ4
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