jueves, 10 de septiembre de 2020

"Sobre lo bello y lo sublime".

"La vida es una cuestión de matices, me escribió anoche en un Wasap una amiga escritora, como la diferencia entre lo bello y lo sublime".

Me tomo el primer café en esta agradable mañana de verano y recuerdo el ensayo de Kant sobre este asunto. Más que de estética, trata de psicología y de la descripción de los caracteres de las personas. Está lleno de ingenio, alegría y penetración. Se comprende fácilmente que un crítico haya podido comparar a Kant -refiriéndose a esta obra- con La Bruyère.

¿Cuál es el carácter de los juicios estéticos que no parecen limitarse a un sentimiento subjetivo, aunque tampoco se basan en principios racionales y científicos? Kant, en "Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime" (1764), se interesa no tanto por el contenido cuanto por la lógica de los juicios estéticos. El sentimiento de lo bello surge del libre juego de la imaginación y el entendimiento sin la intervención de ningún concepto, a diferencia de lo que ocurre en la idea espacio-temporal de los objetos. Por el contrario, en el sentimiento de lo sublime el juego se realiza entre la imaginación y la razón. Lejos de expresar una propiedad de los objetos, el sentimiento de lo sublime se despierta en nosotros por el contraste de dichos objetos con nuestras ideas.

La noche es sublime, asegura Kant, el día es bello. Y continúa: "En la calma de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y de eternidad".

Apuro el café:

"El brillante día infunde una activa diligencia y un sentimiento de alegría. Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta. La expresión del hombre, dominado por el sentimiento de lo sublime, es seria; a veces fija y asombrada".

Para Kant, "lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le acompaña cierto terror o también melancolía, en algunos casos meramente un asombro tranquilo, y en otros un sentimiento de belleza extendida sobre una disposición general sublime. A lo primero denomino lo sublime terrorífico, a lo segundo lo noble, y a lo último lo magnífico. Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica. De ahí que los grandes, vastos desiertos, como el inmenso Chamo en la Tartaria, hayan sido siempre el escenario en que la imaginación ha visto terribles sombras, duendes y fantasmas. Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado. Una gran altura es tan sublime como una profundidad; pero a esta acompaña una sensación de estremecimiento, y a aquella una de asombro; la primera sensación es sublime, terrorífica, y la segunda, noble. La vista de las pirámides egipcias impresiona, según Hamlquist refiere, mucho más de lo que por cualquier descripción podemos representarnos; pero su arquitectura es sencilla y noble. La iglesia de San Pedro en Roma es magnífica. En su traza, grande y sencilla, ocupa tanto espacio la belleza -oro, mosaico-, que a través de ella se recibe la impresión de lo sublime, y el conjunto resulta magnífico".

(Hay mañanas en que el café me sienta especialmente bien).


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