Anoche me dormí dando vueltas a un poema de Gutierre de Cetina. Y soñé con una película de Georges Franju, que fue el creador de la Filmoteca de Francia.
"Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos".
Me tomo el primer café de la mañana y me pregunto qué tendrá que ver un madrigal del siglo XVI con una película de 1960. El poema me lo aprendí de memoria en el colegio, mientras que "Los ojos sin rostro" también la vi en la adolescencia, en este caso en la Filmoteca Nacional de Madrid. Y recuerdo que me dio mucho miedo. Quizá sea la película de terror más elegante que se ha filmado, de un lirismo extremo. En París, un cirujano rapta chicas con el fin de utilizar su piel para reconstruir la belleza de su hija, destrozada por un trágico accidente del que él se siente culpable. Esta película es el origen de una nueva manera de abordar el cine.
Acostumbrado a mover todo mi cuerpo cuando doy clase, desde las manos a cada rasgo de mi rostro, y a hablar sin parar, la situación actual no deja de provocarme cierta extrañeza. Dentro de un rato volveré a cubrirme la cara con una mascarilla en clase y solo quedarán al aire mis ojos, esos que siempre me han dicho que son los de mi madre.
(La música de "Los ojos sin rostro" es de Maurice Jarre. Estos son sus dos temas principales:
https://www.youtube.com/watch?v=EIPc8RSCaP0
https://www.youtube.com/watch?v=C7z9b6A6NRI)
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