Ayer estuve pensando en ello mientras hacía una pequeña cola en Correos para recoger un libro, y observaba en mi móvil una fotografía que me había enviado Charo Alonso Panero. Y me parecía que a mi libro de cuentos le sentaba bien la compañía de un cuadro de la propia Charo. Sus colores se comunicaban de alguna forma con los de Gabriela Amorós, la autora de la portada del libro.
Tras la creación, el hombre se extendió muy lentamente por África. Durante miles de años no inventó nada especial; es más, parecía un animal perdido. En cualquier momento podía desaparecer como había ocurrido con muchos animales. De pronto aprendió a defenderse de los otros, incluso aprendió a usar la capacidad de hablar. Fue su primera gran victoria sobre el tiempo. El hombre podía contar su vida a sus descendientes; se había inventado una historia, su propio pasado. El descubrimiento del fuego, el paso de la edad de piedra a la de bronce y también a la de hierro, la sustitución de la caza por la agricultura.
Y aprendimos a escribir.
Pisístrato llevó la democracia a Atenas antes incluso que Pericles, e inventó el concepto de demos (barrio) utilizando la retórica, la asamblea, algo que tenía que ver con la abstracción y la ideología. Y para Aristóteles el hombre pensaba a partir del lenguaje y así surgía lo poético, lo literario, el color. Las emergencias culturales eran los saltos en el tiempo del hombre. La primera fue el paso de la naturaleza a la tribu, lo que dio lugar a ejemplos como el poema de Gilgamesh y la Ilíada. Los que quedaban fuera de esas epopeyas eran los bárbaros. La segunda emergencia fue la de la oralidad dentro de la tribu, y la tercera la aparición de los testimonios escritos. La polis nacerá de la tribu, en el sentido de que el hombre ya tenía una ideología. La cuarta emergencia nos llevará de la retórica anterior a la poética. El hombre quería cantar, tenía el dolor del viajero, del desterrado. Era la nostalgia metafísica, el hombre “simbólico” por oposición al “diabólico”.
Recogí el libro, que también habla de lenguajes enamorados y de la busca de la belleza y el tiempo perdido, y me fui caminando hacia casa pensando que sin palabras estamos desterrados.
Había un bonito día.
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