Hay libros que me llevan una mañana de un caluroso mes de julio a la Grecia mítica. Ya sé que aquella Grecia solo vive en el valle de los sueños, en la Arcadia de los mitos y mi imaginación, pero me hace feliz volver al cruce de caminos del título, donde Edipo matará a su padre Layo y se casará con Yocasta, su madre.
Pablo Suárez González (Madrid, 1985) también estudió Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y hasta le di alguna clase en la asignatura de "Texto narrativo" en la Complutense. Antes se había hecho Geólogo y hace muy poco ha sacado la plaza de Titular en la Facultad de Ciencias Geológicas de esta Universidad. Y tal vez por esta capacidad de "penetrar" en el centro de la Tierra es capaz de hacerlo también en el centro de la poesía, que es lo que ha hecho con este segundo libro de poemas que publica, "Triple encrucijada" (2023, Cuadernos del Laberinto) que me leí ayer. Se cruzan Edipo y Layo, pero hay más encrucijadas, las que definen al ser humano en su vida, una interna (la particular de cada persona) y dos externas, relativas al medio natural y al histórico. Para ello estructura el libro en tres partes en busca de las raíces de la cultura occidental: la semítica, la grecolatina y la anglosajona. Y nos cita a Sófocles para empezar con su viaje circular: "los meses, sangre de mi sangre, me hicieron a veces insignificante, a veces poderoso", y a Whitman: "y lo que derraméis volverá entonces, como vuelven las estaciones, y será exactamente como las estaciones". En la primera encrucijada nos lleva por La Dehesa de la Villa de Madrid con resonancias de Rosales, Nietzsche y Eliade. Con las elegías mesopotámicas de la segunda parte escucho a Salinas y a algunos de los profesores que también me dieron clase a mí de la Biblia, como Trebolle y Vallina. En la tercera aparece Safo a través de poemas muy cortos y las 52 semanas del año.
He seleccionado unos versos de la segunda parte "Lamentaciones", que se inicia con una frase de "El Libro de las Lamentaciones 2,19: "derrama como agua tu corazón:
"Ajeno nos fue el camino, lleno de tropiezos,
y ajeno nos es cada día en esta tierra
blanca de copos de lágrimas, pero manchada
con la sangre que gotea su historia. Anduvimos sin reposo
como ciervos perdidos sin prado, creyendo que dejábamos
atrás los estragos de una tristeza que nos seguía sin tregua.
Dimos lo poco que teníamos, lo perdimos todo,
desterradas de nosotras mismas hacia otra nada.
¡Escuchad estas heridas", por favor, no deis la espalda
con pasos veloces al oler nuestro dolor:
fuimos las primeras en probarlo, conocemos su pestilencia
pero venimos a empezar de nuevo. hartas de finales (...)
(p. 35).
...............
Sí, derrama como agua tu corazón y así estoy yo escuchando a Mahler mientras me tomo el primer café de esta mañana de sábado de poesía:
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