"Que nadie pueda olvidar lo hermoso que sería si, para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien, un padre, un amor, alguien capaz de cogernos de la mano y de encontrar ese río, de imaginarlo, inventarlo y de depositarnos sobre su corriente", decía Baricco en "Seda".
A la vez que aparece el mar de plata me adentro en el último libro de relatos de la arquitecta y escritora Cristina García-Rosales, "Vivo en un árbol y tengo los ojos amarillos" (2023). Cristina dejó Madrid y se fue a vivir a El Escorial para recuperarse de la Covid, ya que la afectó duramente, y allí se ha quedado, aunque no deja de hablar de Madrid en sus textos. En ese lugar se dejó mecer por la historia y el Monasterio, esa octava maravilla, y surgió una historia de amor entre ella y Felipe II. El avión continuaba su camino, pero no "estaba aterrizando en un Escorial lleno de niebla. De niebla viscosa que se pegaba a mis gafas" (69). A medida que pasaba las páginas volvía a encontrarme con la escritora de su anterior libro de relatos, "Ya no hay hombres que maten dragones", con la misma rebeldía, unos deseos de auto afirmación, de hallar un espacio que no distingue de géneros. Y he observado abundancia de símbolos que se concretan a través de las imágenes contundentes y decididas. Cristina es una profesional de la arquitecta, con su propio estudio, presidenta de la asociación "La mujer construye" (desde el 1997), y fue comisaria y diseñadora de exposiciones como "Un viaje imaginario a través de la poesía de los espacios construidos", en el 2002, que estuvo en Madrid, Sevilla, Beirut, Roma, Utrecht, París o Bolonia. En la Expo de Sevilla en 1992 diseñó el Pabellón de la India en colaboración con el arquitecto y escultor Julio Pellicer. Y también ha dirigido cursos en Carrara, Beirut y otros lugares. Lo que no sé es si al final le gustaría convertirse en uno de los cronopios de Cortázar, los globos verdes que nacieron en su mente en un concierto de Louis Armstrong, algo que me recuerda su relato "Instrucciones breves para dar cuerda al corazón". Desde luego que Cristina también me parece una criatura idealista, sensible e ingenua, como aquellos cronopios.
El avión llegó a su destino y sabía que me esperaban Armstrong y Cortázar:
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