Se me acercó Cortázar y me dijo que no le gustaban los horarios, ni en la vida ni en la literatura. Sus cuentos ya estaban escritos antes de ser escritos. Eran fruto de los sueños, imágenes que le asaltaban en los lugares más insospechados, el Metro o un teatro, el autobús o paseando por la calle. Cualquiera de ellos podía haberlo iniciado en Londres, seguido en París y terminado en Madrid. Solo había que ponerse a escribir, y eso era lo más sencillo. El final de "Rayuela" fue así, se olvidó del tiempo y únicamente se dedicó a escribirlo. Su mujer le llevaba una taza de sopa o lo que fuera y él seguía en otro mundo, escribiendo durante varias semanas sin parar. Luego podía estarse dos años sin escribir nada.
Yo le dije que a mí me ocurría lo mismo.
Siempre seré un aficionado, me dijo a continuación, nunca me he considerado un escritor profesional. Escribo porque me gusta, porque me lo dictan la fantasía y la imaginación y porque escribir, después, es muy fácil, solo hay que saber escribir.
¿Y por qué terminaste escribiendo de política después de haber escrito una de las novelas de mi vida?, le pregunté.
Me miró, sonrió y siguió su camino. Las olas iban y venían y sonaba Piazzola:
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