A las manos de una profesora de Educación Especial junto al Mar Cantábrico. Mercedes Rodríguez Arias puso el otro día esta foto en las redes sociales. Mercedes está leyendo poco a poco todos mis libros, ahora que se acaba de jubilar y tiene más tiempo libre. Y dijo: "Mirando al mar, con música étnica de fondo, los murmullos de la gente y, aun así, no puedo elevar los ojos de tu lectura. Me encanta esta novela boutique (voy por la pagina 18). Gabriel Relham es tan tú, Atocha, Embassy, Lardhy, son tan Madrid. Deseaba decirte que ya tengo "Poeta en Madrid". Sí, diría a Mercedes, Gabriel Relham es un poco yo, quizá porque una novela de 100 páginas me ha llevado escribirla más de media vida. En "Poeta en Madrid" aparece otro mar, el de Tenerife y la playa de Taganana. Los personajes están en la cafetería Embassy, en el barrio de las embajadas de Madrid. La novela está dividida en capítulos o actos y en escenas, y del mar se habla en el segundo acto. Lo que he pretendido con esta historia es romper los géneros, incluso las diferencias entre la ciencia (con los colores, por ejemplo) y las letras (y la metafísica), todo ello a través del lenguaje.
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ESCENA 3ª. Alejandro, en la misma cafetería.
(La luz solo permite distinguir su rostro. Se dirige a Guillermo, quien como Gabriel da la espalda al público. Este permanecerá sentado unos instantes, luego se levantará -será el momento en el que se inicie el juego de los colores- y saldrá del escenario con un sombrero en la mano).
Decir que se ha vivido toda la vida en un instante, que Dios existe, y el mundo es su única imagen. La belleza, lo infinitamente perfecto, la cultura, la salud, lo indefinido. Todos los catecismos se funden en uno. Y la palabra endulza los oídos de los vivos y los muertos. Y sus orejas ya sin una gota de sangre. El amor que necesita el hombre para vivir no es más que el castigo a su deseo de divinidad. Y el hombre aprende a amar la Naturaleza. Y Dios sabe que el hombre llega a amarle por encima de todas las religiones sin tener en cuenta el color de la piel o el acento, sin que las fronteras, las distancias, los caminos de polvo o los pantanos supongan obstáculos insalvables. Y conoce que el amor existe, solo tiene que estudiárselo, memorizarlo. Así, el hombre dispuesto a cargar sobre sus espaldas la cruz de la cultura (por ejemplo, una cámara fotográfica), apenas tiene que escuchar el murmullo de la paz, el instante imperturbable de los sueños, la oración de un dulce beso.
Amor por encima de todas las cosas.
Amor sin nombre. Inmaculado. Indiscreto ante las murmuraciones, inmarchitable. Amor azul. Verde. Amarillo. Rojo. Anaranjado. Añil. Violeta. Y de nuevo azul.
No importa por qué están ahí. ¡Taganana! Perdida en el horizonte. Blanca por dentro y por fuera. Y azul, muy azul el mar de Taganana. La espuma blanca y azul.
Bajé del autobús municipal. Había pocas personas sobre la arena de la playa, la soledad perdida entre los acantilados duros, feroces. Y la arena negra. Coloca a una joven que está en los huesos en un extremo. A un ser deforme en el otro. Sitúa a una pareja de enamorados dentro y fuera del agua, amándose vestidos y desnudos, unidos y separados. Tuve envidia de él. Tuve más envidia de ella. Sonreí al monstruo y a la mujer. Tuve envidia del monstruo y de la mujer con todas mis ganas. Mis ojos enfermos, casi ajenos.
La fotografía.
EL TIEMPO SIN VOZ.
Mis dedos, el botón, el tiempo y el miedo, la envidia y el tiempo y el miedo, la belleza. El mar sonreía y su botón rojo, pequeño, pusilánime. La espuma gris, blanca, negra, la espuma y el miedo. Como colas infinitas de infinitos miembros babeantes. Los amantes besaban la arena con sus nucas, la de él, la de ella, las nucas sin miedo. Por fin el monstruo comenzó a escribir sobre los inmensos pechos de la mujer que caían como chicles sobre la arena de la playa.
La fotografía.
LA VOZ DEL TIEMPO.
Os voy a hablar de otra isla amigos poetas os voy a hablar de otro sueño de ninfas y de sirenas si es que rugen los mares en un nuevo sueño y todo comienza a hacerse inanimado si es que aparece la soledad cruza rocas encrespadas la soledad asalta cárceles pletóricas de inconsciencia y lucha día a día por huir de la isla volcánica día a día de nuestro interior del miedo mi soledad es como todas pero más ciega mi soledad es dulce como los labios del amante frota sin descanso la piedra succionada de la pasión entre sus pechos mi soledad no sabe de diálogos y él me ayuda cada instante para huir con él al disparatado silencio en la distancia de la mar que ya no existe en el oasis perdido entre sus piernas que son leyendas innombrables entre sus dedos suavizados por la espera puedo hablaros de otra isla puedo hablaros de otros sueños de ninfas y de sirenas.
Beckett.
El monstruo arranca los pechos a la mujer y los lanza al mar, y continúa escribiendo sobre su incompetencia.
Se acercó a mí, besó mis pies y me ofreció la semilla de su vientre. Tomé con mis manos al amante ridículo y arrebaté a las nubes sus caricias.
Me siento sobre una roca, blanca como el mar, como el Paraíso y mientras los perros aman su lascivia y los hombres vierten el vino sobre las mesas, y las piedras aguijonean mis sandalias, y lo banal se tiñe de esperanza, en cualquier pueblo testigo de su sudario, y desbocan mis pasiones entre las notas del último sueño, comprendo que he oxidado el viento y las palmeras y el mundo, para dormir entre los brazos del amor solitario.
Carnaval.
Mi único amor. Deletreo.
Papá.
Carnaval.
Tagana.
Molloy.
Papá.
Molloy y Beckett.
Las palabras como chicles para definir una fotografía".
("Poeta en Madrid, 2021, Huso, pp. 35-38).
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La primera tarde que vi Taganana me había subido a una guagua escuchando una cinta de casette de arias de ópera cantadas por Plácido Domingo. Entre ellas estaba este "Torna ai felici dì", de la primera ópera de Puccini que nunca he podido olvidar:
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