sábado, 3 de febrero de 2024

"El retrato de Dorian Gray".

Durante estos últimos días la profesora y pintora Marga E. Eguidazu ha dedicado unas horas de su vida para hacerme un retrato, y eso que no nos conocemos personalmente. Me lo envió por Messenger el otro día desde Zaragoza y ayer lo publicó en su muro. Yo andaba entre clase y clase y no pude pensar lo suficiente en él. Y ahora lo hago, mientras me tomo el primer café de este sábado de febrero, y me acuerdo de Óscar Wilde y su "retrato" y de algunas frases del prefacio que tanto me gustaron de joven:
 
"El artista es el creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte.
 
Los que encuentran bellas intenciones en cosas bellas, son cultos. A estos les queda la esperanza.
 
Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Esto es todo".
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Y también me viene a la cabeza el personaje de Lord Henry que dice a Gray en el primer capítulo:
 
"Algún día cuando sea viejo, arrugado y feo, cuando el pensamiento haya tatuado su frente de surcos y el fuego de la pasión dejado en sus labios su espantosa marca, lo sentirá usted terriblemente. Ahora, por dondequiera que vaya, seduce al mundo. Pero ¿será así siempre? Tiene usted un rostro maravillosamente bello, señor Gray. No frunza el ceño. Lo tiene. Y la belleza es una forma de genio, más elevada, en realidad, que el mismo genio, ya que no necesita explicación (...) Los dioses le han sido favorables. Pero lo que los dioses dan, lo quitan muy pronto. Solo tiene unos pocos años para vivir de verdad, con perfección, con plenitud. Cuando su juventud se desvanezca, su belleza se irá con ella, y descubrirá de pronto que ya no le quedan triunfos, o deberá contentarse con mezquinos éxitos que el recuerdo de su pasado hará más amargos que una derrota (...) ¡Viva! ¡Aproveche la maravillosa vida que hay en usted! ¡No deje que nada se pierda! Con su personalidad, no hay nada que no pueda hacer. El mundo le pertenece por un tiempo (...) El hombre jamás recupera su juventud. El alegre latido que palpita en nosotros a los veinte años va debilitándose. Nuestros miembros fallan, se embotan nuestros sentidos. Degeneramos en horribles títeres perseguidos por el recuerdo de las pasiones que nos dieron demasiado miedo, de las exquisitas tentaciones ante las que nos faltó valor para ceder".
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Por aquella época vi por primera vez "Muerte en Venecia", cuando ya llevaba la música de Mahler dentro de mí. Creo que todos ellos hablan de lo mismo, Marga, Wilde, Mahler, Visconti:
 

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