miércoles, 18 de septiembre de 2024

"Te veo más como Bond que como Dantés".


 
Me dijo ayer por aquí la escritora Carmen Sogo -que es miembro de mi tertulia literaria-, comparando los personajes de Ian Fleming y Alejandro Dumas. El texto se basaba en la idea de que siempre me ha gustado ser un "héroe romántico". Y, mientras me tomo el primer café de esta mañana fresquita, casi a punto de acabarse el verano, leo otro comentario, este de Javier del Prado, donde me dice que él ha tenido mucha suerte, pues quería ser maestro y lo ha sido en todos los niveles de la enseñanza y en todos los espacios sociales. Saboreo unas gotas del café, y pienso que yo también he deseado ser siempre profesor en la Universidad, pero reconozco que desde niño me he dejado dominar por la imaginación y la fantasía a la hora de vivir y por tanto de escribir novelas, que es lo que más me gusta como escritor. En esa misma carrera de Literatura a la que me he referido, mi maestro de Teoría de la Literatura Antonio García Berrio me enseñó que esos dos aspectos, junto al dominio del tiempo y el espacio narrativos, conforman la Historia de la Sentimentalidad que viene desde Aristóteles, y por tanto de la literatura.
 
Apuro la taza de café. Bond es, sin duda, uno de los seductores por antonomasia de la historia del cine. Recuerdo la escena que nos contó en clase una joven profesora de Literatura Comparada. Es de la primera novela de la saga, "Casino Royale", que no se llevó al cine hasta que Daniel Craig se encargó de ello. Vesper Lynd (Eva Green) será el "único" amor de verdad de James Bond. Se conocen en un tren de Alta Velocidad en Montenegro. Ella le lleva el dinero para su misión, de parte del Tesoro británico. El diálogo es muy inteligente, incluso antropológicamente hablando, no solo por lo que se dice o se ve, sino por el valor del lenguaje corporal, la ropa que visten, las miradas y los gestos, la distribución de los objetos sobre la mesa. O el vino francés, ya que cómo tener una primera cita sin vino francés sobre la mesa. Se perdería el glamour, por supuesto, y una vida sin glamour es francamente aburrida, en mi opinión. 
 
Es como si ella se presentara con vaqueros y zapatillas a la cita:
 

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