El otro día estaba comiendo con mis amigos profesores en una Escuela
donde suelen ir los diplomáticos de este país. Mis amigos vestían sus
trajes y corbatas de rigor y yo aparecí con el aspecto de esa foto
(aunque ahí estoy en otro lugar). Siempre me toman el pelo por vestir de
esa manera, y yo me divierto y me río mucho con sus bromas, quizá
porque siempre he hecho lo que me da la gana.
El caso es que decidimos tomar el café en el precioso jardín
de la Escuela. Al ir a salir nos cruzamos con unas señoras mayores que
celebraban una comida de parejas de diplomáticos. Dos de ellas me
miraron de arriba abajo y sonrieron sin disimulo. Mis amigos se
apercibieron de ello y salieron al jardín rápidamente, también entre
risas. Yo me quedé y me puse a charlar con las señoras. Me preguntaron
si no tenía un poco de fresco vestido de esa forma, y acto seguido una
de ellas comentó, sin dejar de sonreír, que mi aspecto le recordaba una
anécdota que le contó uno de sus amigos, responsable de la Expo de
Sevilla. Se había acercado al Vaticano para pedir apoyo a la exposición y
en una dependencia aneja se cruzó con alguien en ropa interior.
Entonces comentó que siempre había oído decir que allí solían vestir sin
mucha ropa (por aquello de llevar la sotana), pero no con tan poca,
dicho con todo respeto.
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