domingo, 13 de julio de 2025

"Mitología clásica".


 

 
Tras muchos años sin vernos, el otro día me encontré por casualidad con el poeta y catedrático de Latín de la Universidad Complutense Vicente Cristóbal, que me dio clase de la asignatura de "Tradición clásica", me obligó a leer o releer de otra manera la Ilíada y la Odisea, y a Horacio, Ovidio y Virgilio, para estudiar cómo habían influido en autores de épocas posteriores. En el examen de las "Metamorfosis" de Ovidio saqué un 6, una de las peores notas de toda mi vida, pues es un libro complejo al que hay que dedicar tiempo. Aun así aprendí que ese libro es todos los libros y no puede haber un buen escritor sin conocerlo. Invité a Vicente a mi tertulia para que nos hablara de sus libros de poemas, y nos dijo que un poeta es siempre un amante de la palabra, un filólogo, lo que daba a entender su doble condición de filólogo y poeta. En cuanto a la narración del mito, en este tiempo no podría presentarse íntegro; sería imposible en un poema breve; al contrario, habría que captar un momento concreto importante para el personaje mitológico a fin de que el lector entendiera una enseñanza intemporal o descubriera unos sentimientos universales. Vicente nos enseñó a sus alumnos a actualizar el mito clásico, dando voz incluso a personajes femeninos, influido por las Heroidas o las Cartas de las heroínas, de Ovidio. Al principio, cuando me conoció como alumno, Vicente tuvo algunos reparos conmigo. ¿Qué pintaba en su clase, se dijo, otro catedrático haciéndole continuamente preguntas sobre arte y literatura clásica? Incluso llegó a reconocer un tiempo después que le había dado un poquito de miedo, mientras yo me tronchaba de la risa. El otro día mantuvimos una agradable conversación, y cuando me quedé solo intenté recordar el principio de la Ilíada de Homero que le gustaba recitar en clase (todo empezó en Troya): "Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves, cumplíase la voluntad de Zeus (...) Recordé también otro principio célebre, el de la Eneida de Virgilio: "Canto las armas y el hombre que llegó primero de las costas de Troya a Italia, fugitivo del destino, y a las costas de Lavinia, muy sacudido por la tierra y por el alto poder de los dioses, recordando la ira de la fiera Juno".
 
Sobre estos personajes gravita uno de los leitmotiv de mi novela "La paz de febrero" (2006), lo que me llevó a detenerme en la primera ópera inglesa de la historia, "Dido y Eneas", de Purcell, con ese final bellísimo en el que Dido, la reina de Cartago, muere de amor al ser abandonada por Eneas, que tiene que seguir su camino para fundar Roma. El año en el que Vicente Cristóbal me dio clase viajé a Cartago y al desierto de Túnez (en esta foto me encuentro antes de subirme a un camello vestido de tuareg como Dios manda) solo para sentir el aroma de la historia sobre mi piel:
 

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