Otra cosa que me gusta de París además de callejear por sus calles por el simple placer de perderme entre su presente, su pasado y mi cerebro, son sus escritores y sus películas.
Tanto Flaubert como Maupassant pensaban que el buen escritor es el que abre nuestros sentidos y disciplina nuestras sensibilidades. Los dos fueron como un padre y un hijo. Flaubert escribió cuatro novelas enormes, entre las que hay una obra maestra; Maupassant varias novelas interesantes y un conjunto de relatos extraordinarios. Mientras me tomo el primer café de esta agradable y bella mañana de verano, recuerdo lo que una vez dijo Flaubert a Maupassant, en el sentido de que "en todo hay una parte sin explorar porque estamos acostumbrados a usar los ojos solo en asociación con la memoria de lo que antes de nosotros han pensado otros del objeto que estamos mirando. Hasta lo más pequeño tiene dentro algo desconocido". En este sentido, mientras apuro el café pienso que siempre que escribo intento enfatizar esa cualidad desconocida, a través de la fuerza de la metáfora, por ejemplo, o valiéndome de la ternura para señalar lo que solemos olvidar. Prefiero ser un escritor piadoso que un escritor despiadado, y siempre busco la elegancia y el buen gusto a la hora de expresarme. Maupassant defendía la tesis, asumida asimismo por Flaubert, de que la vida íntima de todo buen escritor era algo que no concernía al público. "El artista debe arreglárselas para hacer creer a la posteridad que nunca existió", escribió Flaubert a Louise Colet. En ese sentido, Maupassant le consideraba también como un evidente ejemplo a seguir. "Fue el apóstol más ferviente de la impersonalidad del arte. No consentía que el autor fuera adivinado, que dejara caer, en una página, una línea o una palabra un solo ápice de su intención o propósito". Por meterme yo en el medio, el otro día la escritora y profesora Montserrat Abumalham (Nuria Condor) me dijo que tratara de averiguar lo que había de misterioso en mí; y añadió que se refería a lo inescrutable, lo inefable, lo incomprensible, pero real y evidente. Y terminó llamándome escritor romántico. Queda un tercer aspecto del "buen escritor". Para Maupassant, Flaubert no fue un moralista. En su opinión los grandes escritores no se habían preocupado nunca ni de la moral ni la castidad como ocurrió por ejemplo con Apuleyo, Aristófanes, Lucrecio, Ovidio, Virgilio, Rabelais o Shakespeare. Si un libro contiene una enseñanza, debe de ser a pesar de su autor, por la misma fuerza de los hechos que nos cuenta. Flaubert consideraba estos principios como artículos de fe. De Madame Bovary negará su carácter realista o naturalista, como siempre aseguró la crítica de su época. Maupassant consideraba que su maestro estaba todavía bajo el influjo del romanticismo, de Victor Hugo o Chauteabriand.
Y el cine francés, por ejemplo "Un hombre y una mujer", con esa música y ese lenguaje del amor. Decía
un escritor del XVIII muy viajero que el inglés es impersonal y está
hecho para los negocios, el alemán para hablar con los caballos, el
español para hablar con Dios y el francés para hablar y hacer el amor.
Cómo no me van a gustar el cine, la literatura y hacer el amor en
francés:
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