En su nuevo apartamento, Tennessee Williams escuchaba el sonido de dos tranvías, el de la ruta "Deseo" que iba por la calle Real, y el de la ruta "Cementerios" que iba por el Canal. Y se apercibió de que era una metáfora de la vida del ser humano, y de ahí nació el nombre definitivo de la obra.
Ayer fuimos al Teatro Español de la Plaza Santa Ana, con Almudena Mestre y su familia, para despedir la temporada cultural de Madrid. Me apetecía ver la obra de Tennessee Williams que inmortalizó en el cine a Marlon Brando:
Es un placer ver evolucionar sobre el escenario durante tres horas a la lánguida, frívola, egocéntrica y soñadora Blanche Dubois (Nathalie Poza), que se ve obligada a regresar a Nueva Orleans tras arruinarse y perder la mansión familiar. No tiene más remedio que ir a refugiarse en el pequeño apartamento en el que viven su hermana Stella (María Vázquez), que está casada con Stanley Kowalski (Pablo Derqui), un guapo buscavidas, jugador, machista y pendenciero, que escandaliza y atrae en la misma medida a Blanche. Es la lucha entre la ilusión y la realidad, y la confrontación entre el viejo y el nuevo Sur. Con Blanche y Stanley, se profundiza así en las complejidades de las relaciones humanas, la inestabilidad mental y el inmenso poder del deseo, tanto el sexual como el anhelo de una vida mejor. El tranvía en sí mismo es un símbolo que representa el viaje de Blanche a través de la vida, el deseo y, finalmente, hacia la muerte.
Tennessee es un representante de lo que se llama "gótico sureño", que nos recuerda a William Faulkner, Flannery O'Connor, Harper Lee, Truman Capote, Eudora Welty, y yéndonos más atrás Edgar Allan Poe e incluso la María Shelley que escribió "Frankenstein".
En fin, un festín para mis sentidos intelectuales.
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