Siempre me ha gustado que me pintaran en el interior de un cuadro impresionista. Ya no estamos en el año 1874 sino en 2025 y continúo pidiendo lo mismo al arte y a la literatura. Que viva en su época, que no haga caso a los estilos establecidos tantas veces leídos, como si siguiéramos inmersos aún en el Romanticismo y las Vanguardias, e incorpore las nuevas tecnologías y las nuevas ideas que vienen de la Física, las Matemáticas, la Ingeniería, la Economía y haga literatura y arte con todo ello, pero sin que lo parezca. El escritor es el que crea y recrea y por eso debe conocerlo todo. En lugar de blancos, grises y negros, los impresionistas representaban sombras y luces en color. La pincelada suelta lograba un efecto natural y espontáneo, pero tan solo en apariencia puesto que sus composiciones estaban realmente construidas con sumo cuidado y exactitud. Además de su compleja y brillante técnica, los luminosos colores de los lienzos impresionistas resultaban chocantes para los ojos acostumbrados a los colores más sobrios de la pintura académica. Los artistas independientes optaron por no aplicar el espeso barniz dorado que los pintores solían utilizar para atenuar sus obras. Las pinturas en sí mismas también eran más vivas. El siglo XIX presenció el desarrollo de los pigmentos sintéticos para las pinturas de artistas, proporcionando vibrantes tonos de azul, verde y amarillo que los pintores nunca habían usado. El Canotaje de Manet, por ejemplo, presenta una extensión del nuevo azul cerúleo y ultramar sintético. Quizá el principal escenario de la modernidad a finales del XIX fue París, renovada entre 1853 y 1870 con Napoleón III. El barón Haussmann trazó los planos, derribó edificios antiguos para crear más espacios abiertos y una ciudad más limpia y segura. El asedio de París en la guerra franco-prusiana de 1870 contribuyó a su nueva imagen con amplios bulevares, jardines públicos y grandes edificios. Algunos se centraban en los paisajes urbanos y otros en los habitantes de la ciudad.
Y ahora salgo del museo de Orsay después de pasar la noche entre cuadros (o el día, pues para eso soy escritor) y me dedico a callejear sin ninguna dirección en concreto, sin mapas en la mano o el Google Maps que me permite llegar a los sitios sin perderme, cuando lo que a mí siempre me ha gustado es perderme, y termino bailando jazz en el Caveau de la Huchette, en el Barrio Latino, para vivir el final más bello y triste de una película del siglo XXI:
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