lunes, 28 de julio de 2025

"Un deporte de riesgo".




 
No me refiero a tirarme en paracaídas o por un barranco, hacer una carrera de coches y ni siquiera ir al gimnasio, donde ya se sabe que se suda mucho. Hablo de leer, de pasarme leyendo toda la tarde del domingo, aunque esté o no de viaje. El riesgo de leer es que puedes convertirte en alguien que piensa por sí mismo y que no da la razón a los que mandan, si no la tienen. Siempre he dicho que mis raíces no están en el lugar donde nací, en mi caso en Madrid, sino en los libros que leía desde que era pequeño. Dediqué uno de los capítulos de mi novela "Las mentiras inexactas" (2012) a hablar de aquellos héroes de novela que se metieron en mi mente de niño y de adolescente. Y de esta forma puede ocurrir que leyendo un libro dedicado a la India me encuentre la figura del pintor ruso, filósofo, escritor, arqueólogo y viajero Nikolái Roerich, un tipo que estaba con su familia en Finlandia cuando estalló la Revolución rusa de 1917 y decidió no volver. Fue a Londres e intentó realizar su sueño de ir hasta la India con su familia pero no lo logró. En 1919, conoció al poeta Rabindranath Tagore y se hicieron amigos para toda la vida. En su ensayo "Tagore y Tolstói", recordó con entusiasmo este primer encuentro que culminó con su llegada a la India en 1923. Pasó los últimos 20 años de su vida en el valle de Kullu, con el telón de fondo de las montañas nevadas. Se enamoró de la cultura y la filosofía de la India. Pintó el Himalaya con todo tipo de atmósferas y colores, y reveló su esencia espiritual y la danza cósmica de los elementos. En Naggar, fundó el Instituto de Investigación Uruswati del Himalaya que se ocupa de temas como estudios etnográficos y exploraciones lingüísticas, trabajos sobre el diccionario tibetano-inglés y el folclore osetio. Un departamento de ciencias naturales e investigaciones afines incluía estudios botánicos y zoológicos. Roerich llegó a comprender que el patrimonio cultural de cada nación es, en esencia, un tesoro mundial. Todos deben ser protegidos de los estragos de la guerra y el abandono, lo que le llevó a redactar el Pacto Roerich, que sentó las bases para la creación y las actividades de la UNESCO. La Cruz Roja se representa con un signo protector y una bandera, y el Pacto Roerich por un símbolo en todos los sitios de actividad cultural y valor histórico, declarándolos neutrales e independientes de los ataques de los combatientes. Es la bandera de la paz que he recogido en la tercera foto. Este Pacto fue acordado inicialmente por 21 naciones y firmado como tratado en la Casa Blanca, en presencia del presidente Franklin D. Roosevelt, el 15 de abril de 1935, y todos los miembros de la Unión Panamericana. Posteriormente, fue firmado también por otros países. Hoy, con 7000 pinturas en su haber, Roerich ocupa un lugar propio en el mundo del arte. Su literatura también es interesante. Su libro "El Gozo del Arte" contó con una introducción de Radhakrishnan y "Maravillosa Unidad" con un prólogo de Tagore.
 
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Ahora me tomo el primer café de la mañana (podría cambiarlo por un té negro con leche como ayer por la tarde) y escucho "La canción de la India" de Rimsky-Korsakov que me regaló por esta red social el poeta argentino Héctor Berenguer a la misma hora en que leía sobre Roerich:
 
Sí, es un deporte de riesgo que une el tiempo y el espacio.

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