La distinguí desde lejos. Era una cabaña de madera en medio del bosque. También se veía una cascada al otro lado de la carretera. Detuve el coche antes de llegar. Cerré los ojos. Aquello era música o tal vez la música ya formara parte de mi interior.
Las paredes estaban llenas de fotografías de los Alpes. Me fijé en un hombre y una mujer que hablaban entre susurros, frente al ardiente fuego de la chimenea.
Las paredes estaban llenas de fotografías de los Alpes. Me fijé en un hombre y una mujer que hablaban entre susurros, frente al ardiente fuego de la chimenea.
Me acerco a la barra y pido un té con leche y dos terrones de azúcar. Luego me siento en una esquina, me quito el abrigo y la bufanda y finjo leer y escuchar música en el teléfono mientras muevo el té con la cucharilla. Quizá alguien piense que estoy leyendo "La montaña mágica" de Mann y escuchando el Concierto de Violín de Sibelius. Observo de nuevo a la pareja y me imagino su historia de amor. Miro hacia la ventana y recuerdo que hace años estuve con ella en la montaña de ahí afuera, esquiando, y sufrí un accidente. Era nuestro primer viaje juntos y estábamos enamorados. Quizá por eso ella no quiso trasladarme a España, para no olvidarse nunca de este lugar. Me enterraron en el cementerio del pueblo y un cura joven dijo unas palabras.
Hermetismo y misterio se dibujan bajo las palabras de Justo Sotelo donde se palpa, al igual que la obra La Montaña Mágica de Thomas Mann, la recreación por la enfermedad y la muerte como telón de fondo. Una teoría del arte y la estética yace en el relato en forma confusa de realidad y ficción, de sueño y vigilia donde reaparece una vez más, el nombre de Gilbert Durand; se respira una atmósfera en torno al universo de lo imaginario en relación a sus dos regímenes, el diurno y el nocturno. Los símbolos abismales según Durand se refieren a la idea del descenso frente al ascenso de la montaña, el cielo o la escalera por ejemplo en el régimen diurno. Ese régimen nocturno que se percibe en el cuento de Sotelo simbolizado en el entierro, el cementerio y las palabras del cura, crea zozobra e incertidumbre en el lector al despertar sentimientos de de resignación… la penetración en una fosa, un agujero, un hueco, un hoyo, un centro…arquetipos del miedo, el espacio sagrado y nocturno bajo el fuego ardiente en la noche sumergido y enterrado entre los susurros.
ResponderEliminarEl autor se despoja de su ser y se introduce en la metafísica del sentimiento donde priman los símbolos y las imágenes. El narrador-protagonista, un héroe en este caso, se recrea en su propia muerte encerrándola al final en el símbolo de la nieve y como diría Paul Ricoeur, relaciona el tiempo transcurrido del accidente con el destino; un recuerdo en medio del amor difuminado a través del tiempo como símbolo de vida bajo los que late un conjunto de mundos que habitan en medio de las famosas teorías de Nietzsche de binomios (accidente/salud, tiempo interno/tiempo externo, vida/muerte). Los recuerdos en blanco y negro se difuminan a través de un narrador observador, que se oculta tras la historia en un tiempo presente con saltos temporales al pasado en forma de relato autobiográfico y referencias musicales y literarias. Un discurso narrativo basado en acontecimientos con coordenada espacial entre España y los Alpes suizos (basada en la fotografía de las montañas nevadas) similar a la obra de La Montaña Mágica. Lo dionisiaco aparece en forma de sueño al final del relato. Lo curioso es que Sotelo no haya mencionado alguna ópera de Wagner, máxima influencia junto con Nietzsche en el escritor Thomas Mann.
Maravilloso relato, cada día te superas con creces querido escritor Justo Sotelo. Un abrazo.
Esta semana les tocaba aparecer a Nietzsche, Mann y Sibelius en mi cabeza, Almudena, lo has visto muy bien. Un abrazo.
ResponderEliminarQué bueno sería poder seguir, ver y pensar después de abandonar lo que llamamos "vida". Es algo que me gustaría que fuese así, daría un mayor sentido a nuestro paso terrenal, aunque quizás lo que hay preparado es superior o quién sabe si a lo mejor no hay nada...
ResponderEliminarEn cualquier caso bueno es llegar y llevar a la reflexión. Muchas veces he escrito así, desde el más allá, desde lo que imagino que pueda haber y existir.
Por cierto, ayer vi una película que me gustó mucho de Jeremy Irons y Olga Kurylenlo, que si no has visto te la aconsejo. Se titula "La correspondencia". Muy acorde con lo que tratas en este cuento aunque desde otra perspectiva y la historia es de amor, de un profesor ya mayor y una alumna, perdidamente enamorados.
Un abrazo.
Gracias, Agustín, me ha gustado mucho tu reflexión, ya te lo comenté por otro lado. Un abrazo.
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