Empezaba a sentir cierta impotencia. En las últimas horas no había levantado la vista del libro de Coetzee, pero no se me ocurría cómo estructurar aquello.
Anochecía cuando miré hacia la calle de Alcalá, en ese instante discreto en que se cruza con la Gran Vía, y me detuve allí, entre el cristal y la luz violeta que no alcanzaba a reflejar mis arrugas. Al mover la mirada la vi a ella, apoyada en la barra, con una copa en la mano. Debía de estar con alguien, pero no caí en la cuenta. Nos acercamos a la mítica escultura como si bailáramos lentamente. Estás espléndida, dije besando su rostro, casi deslizando mis labios por su piel. Tú también pareces el mismo de hace veinte años, dijo ella con una sonrisa. No estoy tan seguro, bromeé, el tiempo no se detiene. Quizá tengas razón, admitió con un rictus de melancolía pasando la mano por su pelo oscuro.
Estuvimos hablando durante varios minutos, sin apenas movernos. No recuerdo quién dejó a quién, ni en qué ciudad vivíamos, ni si teníamos hijos o no. O habíamos perdido el trabajo y nuestra vida en común era una ruina económica difícil de soportar. En unos minutos supimos que seguíamos enamorados, como si aquel amor estuviera fuera del tiempo y buscara una especie de autonomía vital o una simple justificación.
Regresé a mi mesa.
Debía impartir en la Universidad una conferencia sobre cómo sería el personaje de Robinson Crusoe en la actualidad y aún no había empezado a escribirla.
(La escultura es "El salto de Leúcade", de Moisés Huerta, que está en el centro de la cafetería del Círculo de Bellas Artes de Madrid, conocida como "La pecera", donde he escrito muchas horas de mi vida).
Un relato metaliterario y metaficcional lleno de similitudes entre Justo Sotelo y Coetzee, el autor del libro que está leyendo el narrador-protagonista en primera persona al principio del relato. Ambos tienen un perfil semejante: Lingüista, escritor, novelista, ensayista, profesor universitario e incluso con dudas e interrogación, poeta. Al final, se entrevé la teoría de la construcción del personaje literario es decir, late la tarea de dar y dotar de identidad a Robinson Crusoe, donde el autor deja flotando en el aire el diseño y la creación, la naturaleza o el comportamiento de esta figura arquetípica de Daniel Defoe, autor de la obra.
ResponderEliminarAparecen los conceptos de “estructura” y lingüística computacional reflejado en la personalidad de Coetzee; así late desde el inicio, el pensamiento de Barthes el cual, propone que la lingüística es el modelo de la semiología y no al contrario como opinaba Saussure, contribuyendo de ese modo a denominarlo, semiología estructural. Su pensamiento es estructural en el desarrollo del análisis narratológico ya que para él no es ni una escuela ni un movimiento sino un modo de pensamiento con un cuerpo de conceptos metodológicos (significante, significado, sincronía, diacronía…) que constituyen el metalenguaje intelectual.
Se embeben los símbolos, las imágenes, las metáforas y los mitos en medio de una ruptura de las coordenadas espacio-temporales. El relato lo sitúa en el mismo escenario con el que empieza su novela “La paz de febrero”, en la calle Alcalá y el Círculo de Bellas Artes con un paratexto donde plasma la estética y el arte con la escultura es "El salto de Leúcade", de Moisés Huerta. Curiosamente una de las tres citas que anteceden a “La paz de febrero” es de Coetzee y dice así: “Cuando cae la noche se pone en pie y se va de la casa. Han salido las primeras estrellas…Es buena hora para ir de ronda” (Coetzee “Desgracia”).
Después de leer y analizar casi toda la narrativa de Justo Sotelo, podemos concluir que la mente del autor está regida por un tipo de razonamiento lógico en donde el pensamiento es capaz de dirigir su actividad intelectual, coordinar, estructurar, diseñar su obra literaria.
Un diez Justo Sotelo. Enhorabuena una vez más. Un gran abrazo.
Coetzee es uno de los escritores que más me interesan, Almudena, y ya lo era en mi novela "La paz de febrero", de 2006. Crusoe y Defoe son importantes en la obra de Coetzee. ¿Quién escribe a quién? Gracias por tu comentario. Me convence. Es impecable. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenos días, es sublime. Me siento una alumna aventajada, sentada frente al portátil, leyendo tu cuento del viernes y pienso, y siento, como describes esos pasajes llenos de matices, como nos transportas en el espacio y el tiempo haciéndome sentir una espectadora de esa envolvente escena y diría, pecando un poco de voyeur, hasta de la conversación.
ResponderEliminarGenial, mil gracias Justo por compartir este talento con nosotros, mientras me dispongo mi café y tomo notas, aprendiendo del maestro.
Todos somos alumnos, estimada Elisabeth. Muchas gracias por tus palabras.
EliminarEl tiempo no pasa para el amor. Tremendo cuando te encuentras a alguien que te amó y escuchas entre líneas que los recuerdos están frescos...entonces te das cuenta de que fuiste alguien.Y eso es lo que yo he leído en tu historia.¿Tengo qué añadir que me ha gustado?..
ResponderEliminarNo, no hace falta que añadas nada más, Rosa.
EliminarA veces cuando se acaban las palabras tomamos el silencio como otro código de comunicación.. Lali Villavicencio
ResponderEliminarEl silencio también es comunicación, Lali. Un beso.
EliminarBrillante el relato. El final con obertura, un "envol" del pensamiento: cómo preparará la conferencia? Volverá a La pecera? Leerá también "Vendredi ou les limbes du Pacifique"? Los relatos de Justo tienen el poder de prolongar el placer de la lectura más allá del punto final.
ResponderEliminarImpecable Almudena en las referencias a los símbolos, metáforas, mitos, alegorías y rupturas espacio-temporales. A lo Robinson.
Gracias a los dos.
Es lo que siempre intento, Marina, que la lectura no se acabe nunca. Un abrazo.
EliminarUn abrazo a los dos! Leeros es un placer de los sentidos
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