domingo, 4 de diciembre de 2016

Releyendo la poesía de Miguel Ángel Buonarroti.

El otro día me encontré por la calle a una amiga a la que no veía desde hacía varios años y que estudió conmigo Literatura Comparada.

Después de los besos de rigor, preguntas familiares y esas cosas, nos fuimos a tomar un té y nos pusimos a hablar de una asignatura que a los dos nos había gustado mucho en el Doctorado, "Literatura y Arquitectura", que nos impartió la profesora rumana de la Complutense Eugenia Popeanga. Aún le agradecemos que nos animara a leer los "Sonetos" de Miguel Ángel, que ambos desconocíamos (a mí también me explicó otra asignatura dedicada a Baudelaire, Mallarmé, Rilke y Eliot).

Como me encantan las casualidades, por la noche busqué la edición bilingüe preparada por Luis Antonio de Villena para Cátedra (2011) y releí algunos poemas.

La poesía de Miguel Ángel siempre se ha considerado algo menor dentro de su obra e incluso él no se veía como poeta ni en realidad como pintor, algo curioso después de pintar, por ejemplo, el Tondo Doni -esa maravilla al temple y óleo que está en los Uffici de Florencia-, y la Sixtina, unos años después. De Masaccio aprendió la idea del "desnudo vestido" y de Leonardo la composición general, la psicología de cada personaje y la superposición de planos.

En realidad Miguel Ángel fue escultor, arquitecto, pintor y dibujante y poeta, un artista total que se acercó al delirio con la materia y el material, ya fueran los bloques de mármol de Carrara, sus propios pigmentos o sus poemas.

Su poesía es conceptual y con ella deja de lado a Petrarca para sublimar el amor platónico. Leyó a Dante a partir de los comentarios de Landino y siguió a Platón gracias al filósofo Ficino. En este neoplatonismo se integra su amor por la belleza masculina (representada por los sonetos que dedicó al joven Tommaso Cavalieri, del que se enamoró con 57 años mientras que el joven tenía 40 menos, y parece ser que fue correspondido) y su insatisfacción vital como hombre que lo convirtió en un artista genial (en el Juicio Final se retrató en forma de guiñapo, como se observa en el conocidísmo detalle del centro de la última foto que he puesto).

Estos son los tercetos del Soneto XXXVIII, el más famoso de los dedicados a su joven amor. El "artista" está prisionero de un "caballero" armado (Cavalieri). El amor es lo que tiene, digo yo:

“Por ello si el golpe que arrebato y robo
no puedo esquivar, que ese es mi destino,
¿quién quedará entre dulzura y duelo?
Si preso y vencido debo ser dichoso,
maravilla no es que solo y desnudo
de un caballero armado en prisión me vea”.



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