El otro día me encontré por la calle a una amiga a la que no veía
desde hacía varios años y que estudió conmigo Literatura Comparada.
Después de los besos de rigor, preguntas familiares y esas cosas, nos
fuimos a tomar un té y nos pusimos a hablar de una asignatura que a los
dos nos había gustado mucho en el Doctorado, "Literatura y
Arquitectura", que nos impartió la profesora rumana de la Complutense
Eugenia Popeanga. Aún le agradecemos que
nos animara a leer los "Sonetos" de Miguel Ángel, que ambos
desconocíamos (a mí también me explicó otra asignatura dedicada a
Baudelaire, Mallarmé, Rilke y Eliot).
Como me encantan las casualidades, por la noche busqué la edición
bilingüe preparada por Luis Antonio de Villena para Cátedra (2011) y
releí algunos poemas.
La poesía de Miguel Ángel siempre se ha
considerado algo menor dentro de su obra e incluso él no se veía como
poeta ni en realidad como pintor, algo curioso después de pintar, por
ejemplo, el Tondo Doni -esa maravilla al temple y óleo que está en los
Uffici de Florencia-, y la Sixtina, unos años después. De Masaccio
aprendió la idea del "desnudo vestido" y de Leonardo la composición
general, la psicología de cada personaje y la superposición de planos.
En realidad Miguel Ángel fue escultor, arquitecto, pintor y dibujante y
poeta, un artista total que se acercó al delirio con la materia y el
material, ya fueran los bloques de mármol de Carrara, sus propios
pigmentos o sus poemas.
Su poesía es conceptual y con ella deja
de lado a Petrarca para sublimar el amor platónico. Leyó a Dante a
partir de los comentarios de Landino y siguió a Platón gracias al
filósofo Ficino. En este neoplatonismo se integra su amor por la belleza
masculina (representada por los sonetos que dedicó al joven Tommaso
Cavalieri, del que se enamoró con 57 años mientras que el joven tenía 40
menos, y parece ser que fue correspondido) y su insatisfacción vital
como hombre que lo convirtió en un artista genial (en el Juicio Final se
retrató en forma de guiñapo, como se observa en el conocidísmo detalle
del centro de la última foto que he puesto).
Estos son los
tercetos del Soneto XXXVIII, el más famoso de los dedicados a su joven
amor. El "artista" está prisionero de un "caballero" armado (Cavalieri).
El amor es lo que tiene, digo yo:
“Por ello si el golpe que arrebato y robo
no puedo esquivar, que ese es mi destino,
¿quién quedará entre dulzura y duelo?
Si preso y vencido debo ser dichoso,
maravilla no es que solo y desnudo
de un caballero armado en prisión me vea”.
no puedo esquivar, que ese es mi destino,
¿quién quedará entre dulzura y duelo?
Si preso y vencido debo ser dichoso,
maravilla no es que solo y desnudo
de un caballero armado en prisión me vea”.
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