sábado, 9 de febrero de 2019

"Enfant terrible".

El otro día hacía recuento de algunas cosas que me han dicho a lo largo de mi vida y desde el domingo pasado se puede añadir una más, la de "enfant terrible", como me definió María José Sánchez, una encantadora amiga de esta red social, profesora en Valencia y licenciada en filología francesa e inglesa.

Lo primero que me vino a la cabeza cuando leí el comentario fue la novela de Jean Cocteau (1889-1963) "Les enfants terribles", que publicó en 1929, y dio lugar a esa conocida expresión. Es la historia de Paul y Elizabeth, dos jóvenes misteriosos que viven aislados del mundo y que a medida que van creciendo se involucran en situaciones complejas y desafiantes, gracias a las que rompen las normas y convenciones sociales. Luego pensé en Arthur Rimbaud (1854-1891), quien con sus libros "Una temporada en el infierno" e "Iluminaciones", cambió la literatura francesa antes incluso de cumplir los 20 años. Y se me ocurren los nombres de James Dean, Jim Morrison, Janis Joplin y otros más.

Nunca me he considerado un "enfant terrible", y menos todavía si visto de blanco, que es lo que me pongo cuando llega el buen tiempo, como en esta fotografía del verano pasado delante de uno de los restaurantes del barrio de Malasaña que me gustan. Digo yo que alguien tan angelical, de punta en blanco, no ha podido romper un plato en su vida, ni un corazón, un trébol de cuatro hojas o la ola que llega mansamente a la playa (como en este instante, mientras amanece) y conquista castillos en la arena al paso de mis pies desnudos.

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