Me tomo el primer café del día, leo los
correos electrónicos que he recibido las últimas horas y encuentro el de
una alumna a la que di clase hace dos años. Es la delegada de su clase,
que acaba la carrera en junio. Han votado incluirme en la orla, algo
que siempre es un privilegio. Y se me ocurre que esto se merece un post,
sobre todo porque la semana pasada un alumno de otra Carrera me
escribió para decirme lo mismo.
El otro día hablaba de los jóvenes que
leen. He repetido muchas veces que tenemos la juventud más preparada,
solidaria y demócrata de la historia de España. Cada año doy clase a
unos 500 jóvenes de entre 18 y 23 años. Es posible que no lean
demasiados libros ni periódicos en papel, pero sé que lo hacen en
Internet. Viajan por todo el mundo como si se dieran una vuelta por las
calles de su ciudad, y hablan varios idiomas con absoluta soltura. Yo no
dejo de aprender de cada uno, de sus pequeñas y grandes historias, de
sus alegrías y problemas. Quizá por eso continúo siendo escritor, porque
tengo cosas que contar gracias a ellos (mientras doy clase aprendo
tanto como ellos).
He
buscado la foto de alguna orla pasada para ilustrar estas palabras, y la
primera que ha aparecido es una del año pasado con un grupo de alumnos
de la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE).
Hace poco decía que la memoria de un hombre son sus besos, en alusión a un poema de Vicente Aleixandre. Me parece que la memoria de un profesor es la forma en que le sonríen cada día sus alumnos en clase, en realidad la forma en que le siguen sonriendo cuando pasan los años.
Hace poco decía que la memoria de un hombre son sus besos, en alusión a un poema de Vicente Aleixandre. Me parece que la memoria de un profesor es la forma en que le sonríen cada día sus alumnos en clase, en realidad la forma en que le siguen sonriendo cuando pasan los años.
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