martes, 14 de mayo de 2019

"Vivir deprisa, amar despacio", de Christophe Honoré.

"Yo quería usar la ficción para restituir a la vida al estudiante que era en ese momento y revivir la figura de un escritor al que hubiera soñado conocer".

Son palabras de Christophe Honoré, el director francés de "Vivir deprisa, amar despacio", estrenada este 10 de mayo en Madrid (cines Golem). Es la historia de un primer amor y un último amor, el amor de un escritor parisino próximo a los 40, Jacques, y su último amante, Arthur, un joven bretón de poco más de 20. Son los años 90 y Jacques es consciente de que el SIDA va a hacer imposible esta relación. Pensándolo bien Jacques y Arthur son la misma persona con edades distintas, lo que el escritor recuerda que fue 20 años antes y en lo que se ha convertido. Honoré quiere homenajear al amor gay de todos los que murieron prematuramente en ese tiempo, pero lo que al final consigue es una historia de amor intemporal o tal vez una película contraria al amor. Más que una historia de amor imposible, es una película sobre una vida imposible.

(Horas después entendí mejor la película, y lo cuento a continuación, a la vez que me tomo el primer café de la mañana).

La cámara nos pasea por París, aunque sin intención de hacer turismo, y en cierto momento nos lleva hasta el cementerio de Montmartre, donde están enterrados Bernard-Marie Koltés y François Truffaut (el director de cine al que amaron todas las mujeres, pero casi ninguna fue correspondida). Junto a muchas escenas de sexo homesexual, la película está llena de referencias al cine, los libros y la música (entre las canciones que aluden a la época de los 90 se cuela esta aria inmortal de Haendel: https://www.youtube.com/watch?v=6TgQy1qzxfQ), y así se logra un efecto proustiano en la memoria y en las magdalenas que están en el interior de cada uno de nosotros. En mi caso estuve varias horas por la noche releyendo una obra de teatro, "En la soledad de los campos de algodón", de Koltés (1948-1989), que murió de SIDA y hoy se ha convertido en un icono del teatro francés. El teatro de Koltés se basa en el texto, es un "teatro del discurso". En el dialogo de los dos personajes de la obra, los monólogos representan al hombre atrapado por la soledad de la sociedad contemporánea. De alguna forma la película que vi ayer, y que me sirve de pretexto para hablar de otras cosas, como siempre, tiene mucho de Koltés.

(Esto es menos trascendente, pero mientras sacaba la fotografía al final de la película me pregunté por qué todo el mundo sueña con conocer a algún escritor a lo largo de su vida, como he escrito en el primer párrafo de este post. En mi caso no será, porque en el reflejo de la fotografía se me ven las sandalias y los pantalones cortos, algo con poco glamour en este Madrid tan cosmopolita).

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