La tertulia que ayer por la tarde dedicamos a la poeta Angelina
Gatell en el Café Gijón nos quedó elegante, intelectual, bohemia,
divertida, coherente y profunda, como creo que era ella. Hablamos de una
persona que siempre defendió los derechos humanos y la memoria, y que
escribió una poesía tan intimista como social, mezclando ambos terrenos
hasta conseguir una obra comprometida, trabajada y de calidad.
Pepo Paz y Manuel Rico,
como editor de Bartleby y director de la colección de poesía,
respectivamente, estuvieron espléndidos contándonos cómo habían llegado a
su obra, conocido a los hijos de la poeta y publicado sus últimos
libros, ya que consideraban que Angelina debía recuperar un lugar
importante dentro de la poesía española del siglo XX. Allí estuvieron
sus hijos Eduardo y Miguel, y entre los dos nos contaron algunas
anécdotas de la madre y la poeta, y profundizaron en su Poética. Junto a
una gran cultura clásica, en ella se observa su cariño por los
escritores del 98, como Machado y Unamuno, y la influencia de un
filósofo como Bergson, con su idea sobre el paso del tiempo.
Nuestra invitada especial fue la poeta, traductora y profesora Sandra Santana,
que ha escrito el epílogo del libro que va a reeditar Bartleby sobre
Angelina, "Poema del soldado". Luego hablaron los escritores Javier Lostalé, Juana Vázquez, Zhivka, Almudena Mestre, Mateo de Paz
(que nos acompañará la semana que viene con su primera novela
publicada) y también los tertulianos habituales, a los que se sumaron
viejos amigos como Sol, Celestina, Marina y Jimmy, así como Eugenia, una estudiante de la Universidad del País Vasco que está haciendo una tesis sobre Angelina.
Manuel Rico leyó varios poemas, Javier Del Prado
comentó algunas cosas sobre la enseñanza de la poesía, y al final
hablamos de la nueva poesía social. Yo también quise leer un poema, el
que da título al último libro que escribió Angelina, publicado en 2015,
un poema lleno de ritmo, elegancia y sabiduría.
Angelina moriría dos años después.
"La oscura voz del cisne".
1
"Dicen que el cisne al barruntar su muerte
emite un sonido extraño, indefinible.
Nace de su mudez y se extravía
calcinado en el viento. Como el trueno.
No es reclamo amoroso. No es congoja.
No es cántico ofrecido
al signo inapelable del augurio.
Ni es -menos aún-,
desesperado intento de ser oído.
Es intuición tan solo. Vislumbre de la ausencia.
De esa absoluta, irreversible
condición de no ser que se aproxima.
Pero eso el cisne
no sabe precisarlo.
Solo siente
la insondable advertencia del abismo
y da su grito al viento como una
llamarada orgullosa transmitiendo
la convicción atávica
de durar en la especie".
emite un sonido extraño, indefinible.
Nace de su mudez y se extravía
calcinado en el viento. Como el trueno.
No es reclamo amoroso. No es congoja.
No es cántico ofrecido
al signo inapelable del augurio.
Ni es -menos aún-,
desesperado intento de ser oído.
Es intuición tan solo. Vislumbre de la ausencia.
De esa absoluta, irreversible
condición de no ser que se aproxima.
Pero eso el cisne
no sabe precisarlo.
Solo siente
la insondable advertencia del abismo
y da su grito al viento como una
llamarada orgullosa transmitiendo
la convicción atávica
de durar en la especie".
2
"Yo sí sé que mis días, los que fui bordando
puntada tras puntada
en mi tapiz, están palideciendo.
Se difuminan sus colores,
asumen
mansamente el requisito
inexcusable de la ausencia.
Sus líneas se deforman
como huyendo de sí mismas, buscando
nocturnidad, sosiego.
Incluso se apacigua la figura
que siempre tuve de la muerte
y miro,
con cierta complacencia,
la sombra de los árboles filtrando
esa luz imprecisa que dibuja el vacío.
De ella fluye no ya sangre,
sí un agua que se aleja arrastrando
la desazón de los residuos
y deja
ardiendo en mi saliva,
la voluntad, el impulso de gritar
al viento oscuramente,
igual que el cisne en su agonía".
puntada tras puntada
en mi tapiz, están palideciendo.
Se difuminan sus colores,
asumen
mansamente el requisito
inexcusable de la ausencia.
Sus líneas se deforman
como huyendo de sí mismas, buscando
nocturnidad, sosiego.
Incluso se apacigua la figura
que siempre tuve de la muerte
y miro,
con cierta complacencia,
la sombra de los árboles filtrando
esa luz imprecisa que dibuja el vacío.
De ella fluye no ya sangre,
sí un agua que se aleja arrastrando
la desazón de los residuos
y deja
ardiendo en mi saliva,
la voluntad, el impulso de gritar
al viento oscuramente,
igual que el cisne en su agonía".
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