Esta semana he
escuchado varias veces el Concierto para Cello de Antonin Dvorak en la
versión de Jacqueline du Pré y su marido Daniel Barenboim. Es una
grabación, recuperada recientemente, de un concierto en el Albert Hall
de Londres, en septiembre de 1968, como homenaje a Checoslovaquia tras
la invasión de la Unión Soviética, que se acababa de producir. Sin
embargo, mientras me tomo un café y escribo este post, no quiero hablar
de la fuerza bruta, del poder, de las
dictaduras, de la guerra, sino de su antídoto, el arte y la belleza. O
de la pasión que debe mover la vida. Fue tal la pasión que puso
Jacqueline en su interpretación que, al iniciarse el tercer movimiento,
rompió una cuerda del arco (minuto 29.38).
Haydn, Beethoven, Schubert, Dvorak, Elgar, todas las grabaciones que
nos han quedado de Du Pré son hermosas, diferentes. Es conocido que
sufrió una esclerosis múltiple degenerativa, detectada a los 27 años,
que terminó con su vida a los 42 años. Jacqueline era una virtuosa del
cello, poseedora de una enorme autoestima, que enamoraba a todo el mundo
que estuviera cerca. Su matrimonio con Barenboim le llevó a hacerse
judía, a pesar de la oposición de su familia, y los convirtió en la
pareja de moda, la que poseía más glamour en el mundo del arte de
Londres y de todas partes. Incluso se los llegó a comparar con la pareja
que formaron Robert Schumann y Clara Wieck.
La interpretación de Jacqueline del concierto de Dvorak es conmovedora, aparte de la belleza intrínseca que posee una de las obras perfectas de la música. Su forma de coger el cello casi me llevó a pensar que Jacqueline le estaba haciendo el amor, pero no el vulgar amor terrenal, sino algo místico, etéreo, inefable. Por eso lo escucho de nuevo ahora, hasta distinguir cómo cae una gota de sudor por su nariz al final de la obra. Me gustan mucho las matemáticas, y procuro usarlas en mis clases de la Universidad. Siempre he sabido que la música y las matemáticas son la misma cosa, y suelen estar en comunión con la propia vida.
La vida atravesada por el arte, a veces, puede sonar así:
https://www.youtube.com/watch?v=U_yxtaeFuEQ
La interpretación de Jacqueline del concierto de Dvorak es conmovedora, aparte de la belleza intrínseca que posee una de las obras perfectas de la música. Su forma de coger el cello casi me llevó a pensar que Jacqueline le estaba haciendo el amor, pero no el vulgar amor terrenal, sino algo místico, etéreo, inefable. Por eso lo escucho de nuevo ahora, hasta distinguir cómo cae una gota de sudor por su nariz al final de la obra. Me gustan mucho las matemáticas, y procuro usarlas en mis clases de la Universidad. Siempre he sabido que la música y las matemáticas son la misma cosa, y suelen estar en comunión con la propia vida.
La vida atravesada por el arte, a veces, puede sonar así:
https://www.youtube.com/watch?v=U_yxtaeFuEQ
En ti Justo Sotelo se aúnan matemáticas y música y gracias al análisis de tu conocimiento eres capaz de establecer equivalencias, semejanzas, identidades, relaciones entre ambas disciplinas. Tu pensamiento gira en una órbita híbrida de intersección, de planos solapados, de conocimientos superpuestos. No te quedas con la armonía de la música de Dvorak sino que vas más allá y analizas los acordes, las notas y el ritmo y en tu mente se mezclan con una representación matemática. Identificas y simbolizas ese conocimiento musical y lo traduces simultáneamente a representación numérica y viceversa, cada número que pones en la pizarra de tus clases lo traduces en sinfonías, conciertos. Una mente privilegiada la tuya Justo Sotelo. Un beso
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Es francamente hermoso.
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