¿Soy yo el de la foto, que se ha escapado de una película de Woody Allen, o mi rostro pertenece al personaje de una novela intercalada en el Quijote, me pregunto mientras me tomo el primer café de esta agradable mañana de verano?
Desde el mismo origen de las palabras, la literatura no ha dejado de citarse a sí misma, como también le ha ocurrido al cine. El otro día pensé en ello mientras recorría la casa donde nació Cervantes y me sacaban la foto en el Cuarto de las Damas, del piso de arriba. Veo el rostro de un tipo que escribe novelas varios siglos después de que naciera el concepto gracias a escritores como el propio Cervantes. El discurso narrativo y cinematográfico está sometido a cierto juego especular por la manipulación de las convenciones de la ficción. Las obras se convierten en polifonías textuales al resonar nuevas voces. En el Quijote está la intertextualidad y se dan cita la ficción implícita en la práctica narrativa, la ficción explícita o metaficción (la poética neoaristotélica que nace en el Renacimiento), las ficciones internas o creaciones imaginarias en boca de otros (historias incrustadas), la autoficción y las ficciones con don Quijote y Sancho. Los capítulos dedicados a los duques han dado lugar a novelas y ensayos sobre su propia identidad, como "El diario de la duquesa" (1983) de Robin Chapman. Al convertir la mimesis en un concepto estético flexible, en el Quijote se admiten como verosímiles las modalidades tanto de lo posible como de lo imposible siempre que sean aceptables para el lector, sin romper el decoro técnico que pedía Aristóteles. Frente a la tradición mimética que desaparece en determinadas épocas, se puede reivindicar que los textos de la literatura contengan mundos imposibles que contradigan las leyes lógicas o naturales. El poder de persuasión del escritor es una capacidad que depende de que el lector acepte la ilusión de autonomía de la historia y los personajes respecto del mundo real.
No me importaría haber sido un personaje del Quijote o de una obra de teatro de Lope de Vega.
Ni por supuesto haber sido el rubio de esta película y pasear por la ciudad mientras apuro el café en un local bohemio de una de sus dos islas.
¿Te acuerdas de nuestro último paseo por allí?
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