martes, 31 de agosto de 2021

"31 de agosto de 2021: un escritor debe intentar cambiar el mundo o dedicarse a otra cosa".

He elegido esta frase para título porque a mi modo de ver resume maravillosamente la obra "Poeta en Madrid" de Justo Sotelo.

Compuesta por seis capítulos y tan solo ciento cinco páginas en las que el autor nos relata la vida de un personaje que de manera sublime ha creado. Un escritor llamado Gabriel Relham que evoluciona a lo largo de la obra con tensiones y multitud de sentimientos: "La sentimentalidad, amigo mío, tu gran fracaso y tu inmensa necesidad". "Gabriel Relham es un donjuán encantador, seductor, inteligente, apasionado, pero distante".
 
Aplaudo el arte y la creatividad de Justo Sotelo para escribir una novela a modo de escenas teatrales y en la que no faltan otras disciplinas como la música y la poesía. Siempre que leo subrayo y en esta ocasión he subrayado en todas las páginas porque son numerosas las reflexiones para el lector: "¿Literatura? Quizá la literatura pueda servirme de consuelo". "¿Literatura que respirar para vivir?" "No dejo de escucharlo aunque no sea capaz de escuchar el motivo, ese final, las ganas de trascender y lograr la inmortalidad con una progresión apabullante".
 
Se trata de una obra innovadora en el panorama literario actual y preparada para ser representada en un escenario. Y antes de bajar el telón creo ver al autor: "Si Gabriel Relham ha alcanzado o no sus propósitos, eso solo lo dirá el tiempo. Y esta dócil y humilde ficción no tendrá sino la inconsciencia de un sueño".
 
Os recomiendo su lectura por su novedad literaria y porque es tan apasionante como sus personajes. ¡Leedla!"
 
(Texto y fotografía: Azucena López-Cano Medina).
 
El mes de agosto comenzó con mi poeta madrileño viajando hasta el mar en el artículo del profesor y escritor Javier Morales, y se despide de nuevo en el mar, en la mano de la profesora manchega Azucena López-Cano Medina, que ha leído la novela en la Bahía de Cádiz, en el Puerto de Santa María. La fotografía está sacada en la playa de Valdelagrana, donde se ve Cádiz al fondo con el Puente de la Constitución de 1812. Y ya que en esta novela aparece Taganana, uno de esos pueblos blancos del norte de Tenerife, en el macizo de Anaga, que convertí en uno de mis paraísos con playas peligrosas y acogedoras a la vez, como la de nudistas de Benijo que tanto me gusta y donde he tomado el fresco tan a gusto, y con el restaurante Casa África donde he comido tantas veces pulpo frito con papas arrugas y mojo picón, qué mejor que regalar a Azucena esta música y el mar de Tenerife (en este caso Buenavista del Norte, con el mar de una de mis poetas preferidas, Candelaria Villavicencio) mientras me tomo el primer café de la mañana:
 
¡Cómo no voy a ser un escritor feliz!
 

 
 
 

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