El otro día pasé por delante de la Antigua Facultad de Medicina de la calle Atocha, construida a finales del siglo XV. En ese momento recordé a Andrés Hurtado, el protagonista de la novela de Baroja "El árbol de la ciencia", que estudió allí. Ya en casa estuve hojeando un viejo ejemplar de la novela, con esos diálogos entre un racionalista Hurtado y un idealista doctor Iturrioz. El protagonista de mi novela "Vivir es ver pasar" se llama César por otro personaje de Pío Baroja, "César o nada". Si siempre digo que, en cierta medida, aprendí a escribir siendo adolescente leyendo a Galdós, también debo decirlo de Baroja (filosóficamente me influyeron mucho Ortega y Unamuno en aquella época). En su día tuve en mi tertulia literaria a su sobrino Julio Caro Baroja hablando de Antropología (también visité su casa de la calle Alfonso XII, ese trozo de Madrid que ha sido declarado hace unas semanas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), y aproveché para decirle que la obra de su tío es inmensa y su lectura me enseñó muchas cosas en ese momento de mi vida. En realidad, somos los que leemos o más bien lo que hemos leído desde niños. Además, tras casarme en los Jerónimos celebré la boda en el Café Viena de la calle Luisa Fernanda, al lado del Templo de Debod. Este Café fue fundado hace 90 años y allí escribió Baroja algunas de sus novelas, lo mismo que en la trastienda de los Viena Capellanes de las calles Misericordia y Ruiz de Alarcón. La música de aquella cena la puso un piano de cola.
Como es domingo y estamos en verano, qué mejor que tomarme el primer café de la mañana marchándome a Viena unos minutos para escuchar el vals "Voces de primavera", de Johann Strauss II, con Battle y Karajan:
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