La Casa de Campo entre bicicletas, hombres y mujeres corriendo por los caminos polvorientos y la hierba amarilla de verano. Llegué hasta la puerta del Parque de Atracciones como si hubiera recorrido uno de aquellos pasadizos de Murakami o un mandala de Cortázar, detuve el motor y me bajé. Me acerqué a la verja para sacar una fotografía, y entonces pensé en ti y en el "tercer hombre". Tú y yo cerramos los ojos en el mismo momento y nos subimos de la mano a la noria del Prater para no dejar de besarnos escena tras escena, en blanco y negro, escuchando la cítara y hablando por teléfono, convencidos de que era la tierra mítica. Los móviles de ahora no se parecen demasiado a los relojes de cuco, pero sirven al menos para dar la hora y acordarse de nosotros. En apenas unos centímetros fuimos capaces de resumir la historia de la humanidad. ¿Recuerdas el beso de Rodin y Camille, como el de Tristán e Isolda, tan parecido al que no dejamos de darnos desde que nos conocemos? ¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres y mujeres de excepción son claramente melancólicos, se preguntó Aristóteles? ¿Por qué se atraen tanto, me pregunto yo con el primer café del día en la mano, como si no dejáramos de subir a las montañas rusas del Parque de Atracciones? Luego está el vino de aquella cena junto a otra noria, la de la Plaza de la Concordia de París. ¿Te acuerdas de cómo nos reíamos durante la cena con los labios rojos de tanto besarnos con el vino?
Tú y yo sabemos que no nos bajaremos de la noria mientras suene la cítara:
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