Es una fotografía con casi todos mis libros de literatura que me ha enviado Ángeles Vázquez Martínez, una encantadora amiga de esta red social natural de El Ronquillo, Sevilla, y que vive en Camas. Tan solo faltan las dos primeras novelas que publiqué, "La muerte lenta" y "La paz de febrero", y el ensayo sobre la obra de Manuel Rico, que publicó la Universidad Complutense.
Estos últimos días estoy reflexionando sobre el proceso de creación literaria, recordando cosas que sé de Borges y Cervantes, con el fin de continuar escribiendo páginas, día tras día, de mi siguiente libro. Acabo de tomarme el primer café de la mañana con una magdalena y me ha venido a la cabeza el nombre de Proust. Ha nacido en mí la "memoria involuntaria", no solo porque he recordado la conferencia que di sobre Proust y Joyce en una ciudad donde solo había estado una vez, sino porque se han transformado en apenas unos instantes mi lenguaje y mis recuerdos. Es el grado cero de la escritura al que se refirió Barthes, la percepción de que como escritor soy capaz de inventar el mundo y como lector Proust y Joyce me inventan a mí. Y por eso apuro la taza de café y Molloy me dice que quiere escuchar conmigo la frase musical de Vinteuil, por el camino de Swann, de la literatura que queda y nos hace.
Sí quiero, me dice, y sonríe:
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