jueves, 19 de agosto de 2021

"No se escribe para contar la vida sino para transformarla".

Es una fotografía con casi todos mis libros de literatura que me ha enviado Ángeles Vázquez Martínez, una encantadora amiga de esta red social natural de El Ronquillo, Sevilla, y que vive en Camas. Tan solo faltan las dos primeras novelas que publiqué, "La muerte lenta" y "La paz de febrero", y el ensayo sobre la obra de Manuel Rico, que publicó la Universidad Complutense.
 
Estos últimos días estoy reflexionando sobre el proceso de creación literaria, recordando cosas que sé de Borges y Cervantes, con el fin de continuar escribiendo páginas, día tras día, de mi siguiente libro. Acabo de tomarme el primer café de la mañana con una magdalena y me ha venido a la cabeza el nombre de Proust. Ha nacido en mí la "memoria involuntaria", no solo porque he recordado la conferencia que di sobre Proust y Joyce en una ciudad donde solo había estado una vez, sino porque se han transformado en apenas unos instantes mi lenguaje y mis recuerdos. Es el grado cero de la escritura al que se refirió Barthes, la percepción de que como escritor soy capaz de inventar el mundo y como lector Proust y Joyce me inventan a mí. Y por eso apuro la taza de café y Molloy me dice que quiere escuchar conmigo la frase musical de Vinteuil, por el camino de Swann, de la literatura que queda y nos hace.
 
Sí quiero, me dice, y sonríe:
 

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