Ayer hablé mucho tiempo de la libertad y del azar, y después saqué esa fotografía. Ahora la miro, mientras me tomo el primer café de la mañana, y me viene a la cabeza ese tipo de cine francés profundo, reposado, repleto de miradas. Curiosamente, pienso en un director polaco que ha pasado a la historia del cine (y de mi propia historia) por los tres colores de la bandera francesa, pero que antes hizo una película sobre la verdad interior y el deseo de libertad. Observo un haz de luz que se refracta y se divide en dos rayos asincrónicos al tocar la tierra y el agua, sin que medie palabra alguna. Para la chica de la fotografía no existe ninguna certeza, no hay nada explícito. Es como si creyera que siempre se puede cambiar el destino y hallar el amor deseado; es cuestión de libertad, de libre albedrío. La chica de la fotografía sabe que no se encuentra sola. En alguna parte, a lo largo de toda su vida, ha tenido la impresión de estar aquí y a la vez estar lejos.
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