Nada más entrar en el Auditorio Nacional me saluda en una pantalla el pianista bilbaíno Joaquín Achúcarro, del que recuerdo su disco de los cuatro conciertos de Rachmaninov que me sé de memoria. Estoy entrando en el mundo más abstracto e inefable que existe. Es el "no ver viendo" de la "Gramática de la niebla" que escucharé en seguida, del madrileño Manuel Martínez Burgos (1970) por encargo de la ONE y que se sentará detrás de mí. Ha intentado plasmar el efecto que la niebla provoca en el ojo humano, como me ha enseñado la literatura que va desde Tiresias y Edipo hasta la "Marianela" de Galdós (una de las novelas que más amo) o los ciegos de Maeterlinck, H. G. Wells y Saramago. Y todo esto sin moverme de Madrid. Después me voy a Escocia y Alemania. Es cuando los ángeles descienden a la tierra y cantan "Morgen" (Mañana) de Richard Strauss, aunque fuera "ayer" a las 12:
Aplaudimos a la soprano madrileña Saioa Hernández y al director de la Orquesta Nacional dirigida por el estadounidense Josh Weilerstein (Rochester, Nueva York, 1987), tras los seis "lied" de Strauss, antes de que llegue la Primera sinfonía de Brahms, una de las obras de mi vida que me regaló mi padre siendo un niño y que he escuchado cientos de veces. Al salir pienso que Achúcarro tal vez podría haber interpretado la misma obra de Strauss, pero al piano:
Durante toda la tarde siguieron resonando en mi interior los versos del poeta escocés Johan Henry Mackay (1864-1933) a los que puso música Strauss:
"Y mañana brillará de nuevo el sol,
y por el sendero que recorreremos
nos envolverá de nuevo la felicidad
en esta misma tierra embriagada por el sol.
Y hacia la extensa playa de olas azuladas
descenderemos lentamente en silencio,
mudos nos miraremos a los ojos
y sobre nosotros caerá el silencio de la felicidad".
Sí, cómo no ser escritor tras escuchar esta música en un domingo lleno de sol:
Hoy ya es ayer para siempre.
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