"Você, por si só é um intertexto. Visão multifacetada que nos inspira a ler e amar tudo o que é bom".
Me dijo por aquí hace unos días mi amigo brasileño Rodrigues Cabral Cabral, que es filólogo en lengua portuguesa por la Universidad de São Paulo. Ayer me pasé buena parte de la mañana pensando en esa idea. Hay muchas maneras de vivir, me dije, y todas tienen sentido. Yo he elegido la que se sostiene en brazos de la música y la belleza, la literatura y los viajes, el romanticismo y la armonía, el equilibrio, la delicadeza y la bondad. Recuerdo cuando Joaquín Leguina presentó en el Círculo de Bellas Artes mi novela "Entrevías mon amour" (2009, Bartleby) junto a Fernando Rodríguez Lafuente (director del Cultural del ABCD y codirector de mi tesis sobre Haruki Murakami) y dijo que había dos tipos de escritores, los piadosos y los despiadados, y creo que es evidente dónde me situó. Pues bien, en un mundo virtual la interfaz es algo así como una extensión de la propia mente, lo mismo que el lenguaje afecta a la capacidad cognitiva del ser humano con la palabra escrita. Nos encontramos ante algo muy similar a la catarsis aristotélica, a cómo el otro nos acaba afectando, aunque sea tan solo virtualmente. Somos algo más que unos espectadores, como ocurre en el cine, donde el sujeto se reconoce en lo que no está, el cuadro en el que figura como excluido y muestra su presencia en la escena como si fuera invisible. Rodrigues Cabral se refiere a que establezco "una visión multifacética que nos inspira a leer y amar lo bueno", y a mí esto siempre me sucede cuando escucho a Mahler. Como dijo en cierta ocasión un músico de la Orquesta Sinfónica de Londres "tras interpretar a Mahler me siento orgulloso de ser humano". Creo que Abbado dijo algo parecido:
Este domingo la Orquesta Nacional de España toca la Sexta sinfonía en el Auditorio de Música. Este domingo es fiesta para mí, como lo fue escribir durante casi toda mi vida la novela "Poeta en Madrid" (2021, Huso), de apenas cien páginas, y donde Mahler y Beethoven aparecen como personajes (también lo hacen en la portada, junto a los rostros de Shakespeare, Puccini, Joyce, Beckett, Borges, Neruda y yo mismo, una gente que me cae muy bien), dos autores que se olvidaron de lo particular para buscar lo universal en sus obras, algo que defiendo en cualquier manifestación artística.
La ciudad amanece. El camión del agua limpia las calles, aunque anoche llovió. Las cafeterías empiezan a abrir. Los jóvenes vuelven a sus casas, si encuentran taxi. Los viajeros se dirigen a las estaciones de autobuses y de trenes.
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