Soy
feliz con muchas cosas, y una es mi tertulia, más aún si vuelve,
después de una temporada enfermo, mi querido arquitecto y pintor
Santiago Martínez Sáenz, que ha sido su codirector durante muchos años. A
pesar de que no lo pueda recoger en persona, por su estado de salud,
hoy entregan el Cervantes a Álvaro Pombo, que hace años escribió un
artículo sobre Rilke en el que dijo algo que siempre me
ha interesado para analizar cualquier libro: "El artista toma sus
propios sentimientos y, en lugar de decirlos arrastrando en ellos su
peculiar sensación del mundo, los pone ante sí, los objetiva,
narrándolos como otra cosa más entre las cosas".
Sobre estas palabras quise que se desarrollara la tertulia de ayer por la tarde en el Hotel Indigo Madrid-Princesa, en el barrio de Argüelles, cerca de la casa de Pombo (donde se instaló en los 70 tras vivir en Londres y nacer en Santander en 1939), y quise hablar de su novela "El metro de platino iridiado" (1990, Anagrama), que fue la primera que leí y he repasado estos últimos días. Había pedido a mis amigos que comentáramos el libro que hubiéramos leído en Semana Santa. Y analicé el libro de poemas "La boca en las tapas" (2024, Betania), de la nueva tertuliana Soledad Velázquez, que tiene mucho que ver con las palabras que he citado con relación a Rilke. El título del libro de Pombo se refiere a la unidad de medida del metro, establecida como patrón con una aleación de platino e iridio, vigente entre 1889 y 1960, y así alude a la protagonista de la novela, María, que se casa con Martín, joven profesor de filosofía y novelista incipiente, y es el centro de una familia que gira alrededor por su dulzura y voluntad de ayudar a todos. En cierto momento toma relevancia una partida de ajedrez. Pombo es uno de nuestros grandes narradores vivos (él se considera más poeta), pero creo que la complejidad de su literatura se observa mejor en la novela. Aficionado a la historia medieval y la filosofía fenomenológica, en sus libros se mezclan la investigación psicológica y la filosofía. Él mismo define su método literario como "psicología-ficción". El libro de Soledad Velázquez también me ha parecido espléndido, entre otras cosas porque encontré similitudes con la poesía de Leopoldo María Panero, en concreto con "El ciervo aplaudido", y leí algunos poemas. Nuestro editor Antonio Benicio Huerga corroboró mis palabras. Acto seguido Lola Walder nos contó una anécdota que había vivido con Pombo comprando pescado en el súper del Corte Inglés del barrio y luego se refirió a "El gran Gatsby" y Scott Fitzgerald, Juan Tena a "El baile" de Irène Némirovsky, Isabel Fernández Bernaldo de Quirós a la escritora Simone Weil y su mundo tan especial y complejo, Pilar Ferrando e Ignacio Ferrer hablaron de literatura afgana, Santiago de su faceta como pintor, María Victoria Huertas leyó uno de mis "Cuentos de los viernes", "El pañuelo", con el Otelo de Shakespeare, Mariwan Shall intervino con su pasión característica para relacionar a Husserl con lo que yo había dicho de Pombo. Y Almudena Mestre y Vicente Rey no pudieron comentar los libros que se habían traído, uno de Eloy Tizón y otro de Marc Colell, y lo harán otro día.
En el libro que he mencionado de Panero se cita a Lou Reed (además de a Pound, Eliot, Lacan, Kierkegaard, Gimferrer, Virgilio y Ovidio), y como también he citado a Shakespeare, escucho su Romeo y Julieta mientras amanece y antes de prepararme un máster que tengo que dar hoy durante muchas horas seguidas:
Como dije por Wasap antes de la tertulia a Javier Del Prado (que no pudo venir, así como Peter, Pilar, Oskar, Eduardo
y otros amigos) lo importante no es el lugar de las tertulias, sino las
personas. Y ya que me mencionaron varias veces como Pacino y al acabar
firmé mi libro a Soledad, lo realmente importante es la familia de la
literatura, casi como la de "El padrino".
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