"Ayer caminando por la Gran Vía de Madrid entré en la Casa del Libro y me encontré esta maravilla de libro.
Felicidades Justo Sotelo".
Esto es lo que escribió el otro día por aquí María Victoria Huertas,
una de mis amigas tertulianas desde hace tiempo. Supongo que es el poder
de la literatura, esa cosa que, como el amor y como dijo Cortázar en
"Rayuela", nos puede dejar estaqueados en mitad del patio.
Por cierto, cada vez que recuerdo "Rayuela" no puedo evitar que me
salga una sonrisa y casi un suspiro. Junto a "El idiota", "El filo de la
navaja", "Cien años de soledad", las "Cartas" de Rilke, "Arias tristes"
y alguno más, es uno de los libros que más veces he regalado en mi
vida, con cualquier excusa. Todavía recuerdo la primera vez que lo leí,
siendo apenas un adolescente. Son esos momentos inolvidables de la vida,
cuando pasas de jugar con tus amigos a la rayuela que has dibujado con
una tiza en la calle a entrar en la Literatura, que has escrito también
con una tiza en una de las pizarras de la Universidad o en una página en
blanco.
Después de todo la vida, como en la rayuela, consiste en ganarse el cielo (de unos ojos).
Después de todo la vida, como en la rayuela, consiste en ganarse el cielo (de unos ojos).
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