jueves, 11 de julio de 2019

"La ciudad y los perros", de Vargas Llosa.

Ayer me encontré esta novela en una librería de viejo, y estuve pensando en el paso del tiempo y la literatura como ficción.

Vargas Llosa estudió la Secundaria en el Colegio Militar Leoncio Prado, de Perú, al principio de los años 50. En 1958 se matriculó en la Universidad Complutense de Madrid para hacer el doctorado. Tenía 22 años y una beca de algo más de 100 dólares al mes. Vivía en una pensión cercana al Retiro, pasaba muchas horas leyendo en la Biblioteca Nacional, en el Paseo de Recoletos, y escribió casi toda la novela "La ciudad y los perros" en una tasca de la calle Menéndez Pelayo llamada "El Jute". La terminó en 1961 en una buhardilla de París.

Pero yo quería hablar de otra cosa.

Si algo podía reprochar Proust a Balzac era su obsesiva supeditación a la exactitud de la realidad en "La comedia humana", algo que restaba entidad literaria a la novela. Puede pensarse que "En busca del tiempo perdido" es una novela que está escrita "contra" Balzac. Es el primer gran ejemplo de la creación de un mundo que no supone ilustración de la realidad sino palabra constituida en realidad autónoma. Es lo que Vargas Llosa llamó creación de "mundos diferentes del mundo en el que viven", al referirse al escritor que fantasea con personas, situaciones y anécdotas que le llevan a apartarse del mundo real y usar su imaginación como expresión de lenguaje, a partir de un compromiso con la ficción de la literatura. Es algo que consigue el lenguaje, la reinvención del lenguaje.

Cuando se publicó "La ciudad y los perros", oficiales y cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado quemaron el libro, al considerar que calumniaba a la institución. Estaban convencidos de que Vargas Llosa hablaba del colegio. Algo parecido debió de pensar su primera mujer cuando se vio retratada en "La tía Julia y el escribidor", y se quejó amargamente.

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