Tantas horas en
avión te permiten continuar releyendo a Barthes. El otro día hablé de él
por aquí, al referirme al viaje a China. Llega un momento en el que se
relee lo que es realmente bueno y lo demás se queda en ese lugar extraño
de la inmensa biblioteca del cerebro.
Para el filósofo francés,
el susurro del lenguaje es un ruido límite, algo que no tiene nombre ni
origina ruido alguno, ya que es perfecto. Susurrar es dejar que se
oiga la evaporación del ruido. En esas circunstancias lo tenue, lo
abstracto, lo que se estremece se reciben como signos de la anulación
sonora. El susurro de la lengua constituye una utopía, la de una música
del sentido. El sentido que no se puede dividir, ni penetrar, que es
innombrable, aparece a lo lejos como un espejismo, el punto de fuga del
placer. Es como se materializa el estremecimiento del sentido, algo que
puede interrogarse al escuchar el susurro del lenguaje.
La primera vez que leí este libro la música de Rachmaninov no se me iba
de la cabeza. Los aviones actuales son modernos y llevan música
incorporada en los asientos, interpretada incluso por Khatia
Buniatishvili, que dentro de poco tocará en Madrid. Esta pianista
georgiana ha revolucionado la forma de interpretar la música clásica no
solo por su técnica y calidad, sino también por su feminidad:
https://www.youtube.com/watch?v=tSvq_GnGfTI
https://www.youtube.com/watch?v=tSvq_GnGfTI
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