martes, 17 de octubre de 2023

"Ser el protagonista de una novela".

Ya sé que algunos se conforman únicamente con que les regalen el Nobel, el Planeta, ser presidentes de Gobierno, vivir en Waterloo o dirigir un Banco. A mí lo que me gusta es ser el protagonista de una novela o de una película.

Uno de los leitmotiv de la película "Cerrar los ojos" de Víctor Erice, de la que he hablado varias veces estos últimos días, es el tango, ya que al personaje de José Coronado le llaman Gardel y se pasa el tiempo canturreando tangos. Esta tarde presento la novela de Marta Muñiz Rueda, "Tú, yo, la lluvia" (Camelot, 2023), en nuestra tertulia on line, y en ella cada capítulo casi siempre empieza con un tango. Marta hablará desde León, que es donde vive y es profesora de música, aunque nació en Asturias. En su imaginario narrativo el "yo" protagonista, Plácido Salvatierra, se basa en un tal Justo Sotelo, un tipo al que conozco de algo, y el "tú", Gabriela Vargas, en la poeta alicantina Gabriela Amorós, como la propia Marta ha reconocido en alguna entrevista. 
 
En la página 98 leemos: "Aquel fuego moroso e imprevisto me tomó por sorpresa. Aquella mezcla extraña de placer y dolor, de entrega irracional, animal, irreversible, nunca había llegado a vivirla ni a soñarla siquiera en toda mi suculenta trayectoria hasta someterme a Gabriela. Ella me tomaba y me rendía a su misericordia. Nos besamos mordiéndonos los labios por penúltima vez. Acaricié su cara. Sonrió. Devolvimos cada prenda de nuestro atuendo a su sitio y salimos de aquel enjambre de malicias y rosas. Entramos al Café del árbol".
Gabriela y Plácido bailan con la voz de Gardel, ya que ella le está enseñando a bailar a él:
 
Seguimos leyendo:
 
"- Tomemos spagueti, los cocinan deliciosos acá. 
 
Me costaba controlarme. Cuando llegó la pasta no tenía claro si despertaban más ganas en mí los spagueti o los pechos de ella respirando tentadores bajo una gasa oscura, pero suficientemente transparente a los ojos de un hombre insobornable si de hablar de amor se trata. Y digo amor porque lo era, lo es, lo será siempre.
 
- Plácido, ¿qué te ocurre? Te ves pálido, asustado. ¿Soy demasiado vehemente para vos?
 
- Eres perfecta para mí. No te desearía de otro modo. Me preocupa no ser el hombre que tú esperas. ¿Por qué será que cuando amamos de verdad nos creemos eternos? ¿O lo eterno es este amor que atesoramos?
 
- ¡Qué intenso te ponés! ¡Sos bárbaro! Un hipocodríaco existencialista en toda regla. Yo decidiré qué tipo me conviene, vos no tenés que preocuparte por eso. Y sí, el amor es eterno, nosotros efímeros. Pensé que lo sabías. Resulta inevitable. Obvio.
 
- Ahora soy yo quien te ha asustado, creo. ¿Soy uno más en la lista para ti? (...)
 
La lluvia seguía golpeando con fuerza los cristales, los arañaba con su silente estruendo delicado. Entonces comprendí que, si quería a Gabriela, si la amaba tenía que confiar en ella y jugar su juego. Llegó la pasta. También el "chianti". Y comenzó nuestra historia de rama y árbol en un brindis brillante que estalló en el aire como una pértiga.
 
- Sin embargo, yo nunca creí que pudieras interesarte en un hombre como yo, un tipo común y corriente.
 
- Ya. ¿Común y corriente? ¿Vos? Pero por favor... no me hagas reír..."
 

 

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