jueves, 1 de mayo de 2025

"Lo que se escucha y lo que se recuerda".


 
Ayer iba a dar mi máster de varias horas seguidas y me encontré en el hall de la facultad el cartel de la foto. Me detuve tras sufrir una de esas epifanías clásicas que tanto me gustan. Recordé mis años de juventud en que leí parte del Mahabharata y el Ramayana, dos de los libros esenciales del hinduismo. Años después me fui a la India para dar sentido, de alguna forma, a aquellas lecturas. Los cuatro textos más antiguos de la India son los Vedas: Rig Veda, Sama Veda, Yajur Veda y Atharva Veda. Escritos en sánscrito, son himnos, oraciones, rituales y reflexiones sobre filosofía. Los Vedas y los Upanishads son "shruti" (lo que se escucha), pues los hindúes consideran que esas obras poseen carácter de conocimiento eterno, comunicado por lo divino y escuchado por los sabios para preservarlo. El Mahabharata y el Ramayana son "smritis" (lo que se recuerda), como obras escritas por seres humanos, derivadas de la historia, los conocimientos y la tradición. El Bhagavad-gītā ("Cantar de Dios o Cantar del Señor") es una parte del Mahabharata (siglos V y III a.C) y es un diálogo entre el príncipe guerrero Arjuna y el dios Krishna, quien conduce su carruaje en la batalla de Kurukshetra. El combate se entabló entre la familia y aliados de Arjuna, los Pandavas, y el príncipe Duryodhana en unión de sus partidarios y parientes Kaurava. El texto nos enseña a elevar la mente y el alma para aguzar nuestra visión y reconocer como ilusorias las apariencias que nos engañan y conducen a creer en la dualidad y la multiplicidad.
 
Ningún hombre es malo por decisión, sino por ignorancia (espiritual), lo que también decían Sócrates y Platón en Occidente. Las tres vías para la salvación desde la visión clásica oriental son el conocimiento, el sacrificio (oficio sagrado, la forma de rectificar nuestro karma) y el amor. Creo recordar que son las ideas esenciales que cuenta Krishna a Arjuna en el diálgo que constituye el Bhagavad-gītā. Los caminos son uno solo, como intenté condensar en "Un hombre que se parecía a Al Pacino", que comienza con una introducción que escribí a partir de dos libros que tanto me gustaron en esa época de formación, "El idiota" de Dostoyevski y "El filo de la navaja" de Somerset Maugham, y que se resumen en tres palabras, voluntad, amor e inteligencia. 
 
Y una película. ¿Cuántas veces la habré visto?
 

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