El otro día Joaquin Martín Santaella
publicó en su muro de Facebook una fotografía preciosa, paseando,
supongo, por una playa de Málagra con uno de mis libros de cuentos en la
mano.
Joaquín fue Director Médico en un Instituto Nacional de
Gestión Sanitaria en Melilla, y no nos conocemos personalmente. Si por
un lado la fotografía es bella, también lo es que en ella se vea un
libro editado en papel. Por otra parte, es el segundo de mis libros que
lee Joaquín, después del ensayo que
publiqué sobre Haruki Murakami. La impresión que saco mientras me tomo
el primer café de la mañana es que la literatura también sirve para unir
a las personas. Ser médico es una de las cosas más gratificantes que
existen, tanto como, en mi caso, ser profesor. Y entre ambos la
literatura sirve como pegamento, la que quise experimentar en ese libro
de cuentos únicamente con dos personajes, un hombre y una mujer, él y y
ella, que se funden en uno solo porque el tiempo desaparece y todo se
convierte en espacio. Es la técnica que yo defiendo para la literatura
actual, la de la espacialización del tiempo.
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