Hace unos días me acerqué a pasar la ITV del coche, pero un accidente de varios coches en la carretera de La Coruña originó un atasco que se alargó durante más de una hora. En Radio Clásica se escuchaban arias de ópera. A la altura de "Los remos" estuve parado un buen rato. Entonces recordé la divertida comida en aquel restaurante con la que celebramos la lectura de la primera tesis doctoral que he escrito, la de economía. Era bastante joven, apenas tenía 26 años, y se me quedó grabado que uno de los miembros del tribunal, el catedrático Andrés Fernández Díaz, padre del que años después se convertiría en uno de mis mejores amigos y que había educado la voz en Italia como tenor, nos cantó en los postres "Una furtiva lágrima" de la ópera "El elixir de amor", de Gaetano Donizetti. Un tiempo más tarde lo escuché de nuevo, acompañado de mi familia, en una de las antiquísimas iglesias de Sevilla, durante la boda de mi amigo con una de mis alumnas preferidas, y también una de mis mejores amigas, a la que terminé dirigiendo su propia tesis doctoral.
(Acabo de leer en Instagram que Eva García Redondo, una amiga virtual de las redes sociales, me dice que le gustaría leer la novela de mi vida. Es cuando me ha venido a la mente el recuerdo de esta historia del miércoles pasado, Quizá ni siquiera necesite escribirla, sino limitarme a vivirla, como he hecho siempre).
Tras arrancar el coche observé que no había habido víctimas mortales en el accidente.
Sin duda Dios existe, sobre todo cuando escucho a Pavarotti:
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