viernes, 1 de noviembre de 2019

"Canto a mí mismo".

Anoche cené en un restaurante bohemio donde un hombre maduro cantaba viejas canciones tristes. Por la tarde me hice esa fotografía, mirándome en un espejo de la calle, situado en el techo, con la cazadora de cuero que me compré en una tienda del barrio de Chueca al hombro. Y ahora me tomo el primer café de esta mañana de un día de fiesta, y me miro en el espejo de la fotografía mientras busco en Youtube la canción de Aznavour que aquel viejo cantó dos veces, para abrir y cerrar su actuación. Ayer era aún, como si la vida no quisiera poner un final a la novela que escribo cada día sobre la propia vida y que no pienso publicar. Como si la vida no terminara nunca de empezar y sintiera que todavía hay muchas cosas que descubrir, como si la vida se alargara eternamente cuando la vida sabe que es feliz. Como si ser feliz se apropiara de la piel y de la fe, de los sentidos, de las huellas de los zapatos sobre el asfalto de la ciudad, de los pies desnudos. Y es que cada átomo de mi cuerpo es tuyo también, como sabía de sobra Walt Whitman. Mi lengua y cada molécula de mi sangre también nacieron de esta tierra y de estos vientos. Y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza.

Como si mi vida y tu vida que escribo como una novela:

https://www.youtube.com/watch?v=Oc81fHxDeyg

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