lunes, 18 de noviembre de 2019

"Una infancia feliz o lo que el viento no se llevó".

Siempre que paseo por los veranos de mi infancia pienso que las infancias felices existen.

Recuerdo que en ese puente románico empecé a leer a León Tolstói. Ahí leí la famosísima frase que asegura que "todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera". Y también lo de que "el secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace". Por mis lecturas de entonces y por la plenitud que me acompañaba supe que las infancias felices existen y son garantía de la felicidad en la adolescencia, en la juventud y en la madurez. Ya pensaré en la vejez, como decía Scarlett O'Hara en "Lo que el viento se llevó". De esta película o, mejor, de Clark Gable hablo en mi primera novela publicada, "La muerte lenta", que está siendo tan estudiada por los críticos y que comienza a lo largo del paisaje de las fotografías. El protagonista se inventaba de niño que era actor, se llamaba Clark Gable y rodaba películas encima de su bicicleta. Esos estudios literarios son los que consiguen que las obras y sus autores permanezcan a lo largo del tiempo. ¿No es el sueño de cualquier escritor?

Por cierto, qué música la de Max Steiner para esa película. Seguro que le hubiera gustado al mismísimo Tolstói, un escritor al que el tiempo nunca se lo llevará:

https://www.youtube.com/watch?v=ZJafwXXIkeA

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