Siempre que paseo por los veranos de mi infancia pienso que las infancias felices existen.
Recuerdo que en ese puente románico empecé a leer a León Tolstói. Ahí
leí la famosísima frase que asegura que "todas las familias felices se
parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera". Y
también lo de que "el secreto de la felicidad no está en hacer siempre
lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace".
Por mis lecturas de entonces y por la plenitud que me acompañaba supe
que las infancias felices existen y son garantía de la felicidad en la
adolescencia, en la juventud y en la madurez. Ya pensaré en la vejez,
como decía Scarlett O'Hara en "Lo que el viento se llevó". De esta
película o, mejor, de Clark Gable hablo en mi primera novela publicada,
"La muerte lenta", que está siendo tan estudiada por los críticos y que
comienza a lo largo del paisaje de las fotografías. El protagonista se
inventaba de niño que era actor, se llamaba Clark Gable y rodaba
películas encima de su bicicleta. Esos estudios literarios son los que
consiguen que las obras y sus autores permanezcan a lo largo del tiempo.
¿No es el sueño de cualquier escritor?
Por cierto, qué música la de Max Steiner para esa película. Seguro que
le hubiera gustado al mismísimo Tolstói, un escritor al que el tiempo
nunca se lo llevará:
https://www.youtube.com/watch?v=ZJafwXXIkeA
https://www.youtube.com/watch?v=ZJafwXXIkeA
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