sábado, 8 de febrero de 2020

"¿Ponemos ritmo a esta mañana de febrero?"

Paseando ayer por un pequeño puerto de pescadores que parecía instalado en el origen de los tiempos me detuve unos minutos a escuchar a un sujeto que tocaba el acordeón. Tenía un mentón bastante pronunciado y la mirada triste, y una suave y dulce melancolía invadía el movimiento de sus dedos. No obstante todo cambió cuando empezó a interpretar una melodía que me sonaba mucho, pero no acertaba a adivinar. Estuve dándole vueltas el resto del día, hasta que caí en la cuenta ya por la noche, tras tararearla mil veces y mientras me preparaba unas clases. Era una música del mexicano Arturo Márquez (Sonora, 1950), un canto para la celebración del levantamiento de la voz indígena en Chiapas, a través del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Me tomo un café y la escucho mientras miro la luna sobre el mar plateado. La interpretación del venezolano Gustavo Dudamel es arrolladora, con esa sonrisa que casi se come el mundo, como también ocurre con los jóvenes integrantes de su orquesta Simón Bolívar que parecen a punto de levantarse del asiento mientras tocan, además en el Albert Hall de Londres, un lugar que ya he comentado varias veces que es ideal para la celebración de la armonía y la luz de la música, y al que he vuelto siempre para recordar la primera vez que escuché allí la Segunda Sinfonía de Sibelius, que terminé convirtiendo en uno de mis "Cuentos de los otros". ¿Ponemos ritmo a una luminosa mañana con esta música de inspiración cubana compuesta por un mexicano e interpretada por un director y una orquesta de venezolanos en una esquina del Hyde Park, en el mismo centro de Londres, la capital de un país que no quiere formar parte de la Unión Europea?

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