domingo, 20 de febrero de 2022

"Santa Cruz olía a mar y a flores y fuimos muy felices".

Ayer compartí por aquí uno de los grandes poemas del castellano del siglo XX, de Claudio Rodríguez, de "Don de la ebriedad" (1953), que tanto me recuerda a Rimbaud y Guillén. A Charo Alonso Panero también le sirvió para recordar su vida bohemia y literaria por medio mundo, e incluso un dulce poema que le envió su primo Leopoldo María Panero cuando tenía 9 años. 
 
"Me lo envió a Tenerife, dijo Charo. Lo escribió con la Olivetti de mi querido tío Leopoldo Panero. Habla de la Rosa porque sabía que me gustaba muchísimo esta flor, y a mi gemela le escribió otro sobre el río y los pececitos. Era un afluente que pasaba por nuestra finca en Castrillo de las Piedras (Astorga). Donde jugábamos había cerca un Rosal; mi hermana metía las manos en el río intentando coger los peces y yo cortaba las rosas para llevárselas a mi madre".
 
Como se ve en el poema, una delicia de niño. Unos años más tarde Leopoldo María Panero estudió las carreras de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense y Filología Francesa en la Central de Barcelona, lo que se nota en la calidad, profundidad y simbolismo de sus libros, como "Así se fundó Carnaby Street" (1970), "Teoría" (1973) y "Narciso en el acorde último de las flautas" (1979), que le convirtieron en uno de los escritores más preparados de la segunda mitad del siglo XX. Su indudable dominio del lenguaje y su enorme cultura me recuerdan a Eliot y Pound.
 
Ahora me tomo un café y escucho una canción desde un imaginario Tenerife que huele a mar y flores, y pienso en Charo y en si alguien me quiere, aunque las estrellas se pongan celosas:
 

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