jueves, 17 de febrero de 2022

"Y nos vamos quedando sin brazos".

No hace mucho hablé de "El bosque de la noche", de Djuna Barnes, y relacioné la novela con la poeta norteamericana Julianne Moore, que la estudió con cierta profundidad y de la que dije que era de las poetas del siglo XX que me interesaban. Anoche me quedé dormido pensando en las conexiones que existen entre las obras de arte tras ver en el canal Sundance la penúltima película que dirigió Bernardo Bertolucci, "Soñadores" (2003), donde el director italiano regresa a París para contarnos de nuevo "El último tango en París", pero de manera más desencantada e igual de sexual, que me hizo recordar la novela de Djuna Barnes. Bertolucci ya estaba mayor y observaba a los jóvenes idealistas del Mayo francés precisamente sin aquellos bellos ideales, aunque descubrió a la bellísima Eva Green, la Venus de Milo ideal. El triángulo amoroso que se establece entre el hijo y la hija de un famoso poeta francés y un joven inglés que se marcha a vivir a París para ver cine supone una hermosa historia de amor y sexo, pero Bertolucci no desea, o no puede, ir más allá con aquellos jóvenes "soñadores" tan particulares. Esa imposibilidad intelectual me recordó, a su vez, la canción de Ismael Serrano que, de alguna forma, me llevó a las ideas sobre las que reflexionamos en la tertulia del Café Gijón de antes de ayer. El tiempo pasa deprisa y nosotros, y nuestros ideales juveniles, pasan con él, y nos vamos quedando sin brazos.
 
Dentro de un rato volveré a estar con un montón de chicos de 19 y 20 años, y seguro que acaricia mi rostro una ráfaga de aire con los nombres de Barnes, Moore, Bertolucci y un sinfín de nombres anónimos que van construyendo y reconstruyendo continuamente la historia, mientras yo lo veo.
 
En fin, "papá, cuéntame, otra vez":
 

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