Hasta los 8 o 9 años yo creía que las vacas, ovejas, caballos y otros simpáticos animales eran personajes de los cuentos o esos dibujos animados que veía en la tele. Lo bueno que tiene Madrid es que en poco más de una hora estás en el campo, entre olivos y castaños, riachuelos, hormigas y todo lo demás. Eso me pasó ayer, un bonito domingo de invierno soleado con unas carreteras llenas de ciclistas y con las terrazas de los pueblos repletas de gente deseosa de reír y tomar cafés o el aperitivo. En cierto momento detuve el coche en medio del campo y me bajé para sacar la foto de un grupo de vacas en su abrevadero. Como me acerqué más de la cuenta, comenzaron a mirarme fijamente. ¿Recuerdas cuando hace años íbamos tú y yo en bicicleta por el campo, nos detuvimos en medio del camino para darnos un beso y en ese momento se nos acercaron cuatro o cinco toros que pastaban cerca? Era pleno verano y tú llevabas una blusa roja ajustada y te la quitaste porque los toros no dejaban de mirarte amenazadores.
Desde ese día solo nos acercamos a las vacas lecheras:
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