Ayer por la tarde me fui a ver el anochecer del Teide, una montaña nevada, casi de azúcar; en su día buscando la isla de San Borondón, me encontré con esta montaña y desde entonces no he dejado de subirla y bajarla. Como ayer no había cobertura, no podía escuchar música en el coche. De pronto, casi de la nada surgió en la radio la voz de Neil Young y su "Sugar Mountain" que nos habla de la juventud y el inevitable paso del tiempo. A través de una serie de imágenes vívidas y recuerdos, Young pinta un cuadro de un lugar idealizado que representa la inocencia y la simplicidad de la niñez. Los "barkers" y los "colored balloons" evocan la atmósfera de una feria, un lugar de alegría y despreocupación. Sin embargo, la repetida línea "You can't be twenty on Sugar Mountain" subraya la idea de que este estado de inocencia no puede durar para siempre; la juventud es efímera y, eventualmente, todos deben dejar atrás ese refugio seguro. Mi
hermano escuchaba a Neil Young cuando era joven, junto a gente como Led
Zeppelin, Status Quo y Jethro Tull, su banda preferida, y yo intentaba
entender algo, pero no lo conseguía. Lo mío empezaba a ser Beethoven y
todo eso. Por aquella época alguien me dijo que era un "extravagante", y
después me lo han seguido diciendo, junto a cosas de todo tipo. Con el
paso de los años convertí "Thick as a Brick" y "Aqualung" en parte de la
música de mi novela "Las mentiras inexactas" (2012).
Ahora se derrite la montaña de azúcar, como la nieve:
Mañana será otro día.
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